Jóvenes europeos: una generación suspendida
¿En qué creen? Es difícil decirlo. ¿En quién creen? Aún más difícil. Dudan de todo: de su identidad, de su futuro, del futuro del ecosistema. Nativos digitales como son, están hiperconectados a la red virtual, pero peligrosamente desconectados del tejido social. Sentimentalmente “huérfanos” de la familia biológica, se convierten en nómadas entre un grupo de pares y un equipo deportivo, entre un sábado por la noche en la discoteca y una “campaña” para la salvaguardia del medioambiente. La familia está cada vez más al margen, pero tampoco la escuela está en el centro. Para algunos el estudio y el título representan todavía un ascensor social; para otros, un peaje a pagar para conformarse al mainstream de turno. Se ven atraídos por los tentáculos de ciertos no-lugares, como las noticias de la infosfera, los ritmos del rap, las seducciones de la inteligencia artificial. Las amistades de grupo son una balsa salvavidas a la que aferrarse, pero a menudo duran el lapso de una temporada, de una emoción. Y no faltan aquí o allá episodios de atrevida chulería de una minoría arrogante contra la dignidad inexperta de los más tímidos y frágiles.
Habitan el presente, pero ignoran casi todo del pasado y tienen temor ante las muchas incógnitas que ven acumularse en un futuro demasiado aleatorio. Se trata de un presente a menudo impregnado de malestar existencial y de pasiones pasajeras. Hasta los problemas de género angustian hoy en parte a algunos adolescentes más introvertidos. Los más realistas sueñan con un empleo remunerado para cuando sean adultos, mientras que los más idealistas esperan un destino acomodado, pero presienten que los despiadados engranajes de un mundo agresivo vendrán a extinguir sus sueños. La sociedad que ven a su alrededor no los entusiasma para nada; más aún, los decepciona y desmoraliza. Con desilusión ven a muchos adultos que corren como detrás de un fin en pos de aquello que debería ser solamente un medio, siendo muy pocos los que aprecian bienes inmateriales como la libertad, la honestidad o la solidaridad. Es una generación a la que, cuando cruza el umbral de la mayoría de edad, no la vemos acudir en masa a las urnas electorales, pero que después no soportan instituciones o decisiones que no sean democráticas.
Y tú, docente de Religión, cuando te atreves a hablarles de lo trascendente, de lo divino, de lo eterno, ves que se quedan pensativos y que sus ojos, con expresión de interrogante, vagan en el vacío. Al crecer en edad y en autonomía han olvidado rápidamente las palabras de los viejos catecismos de infancia, las tediosas homilías de las misas dominicales, las costumbres de los ritos sacramentales. En los casos más afortunados sienten nostalgia de aquella edad feliz y despreocupada, cuando se rezaba de verdad el padrenuestro y se pensaba al Padre en el cielo. Pero, ahora, las frágiles psicologías adolescentes buscan más bien a alguno o alguna que los tome de la mano en esta tierra. Algunos de ellos se sienten y se declaran aún miembros de una comunidad creyente. Pero, más allá de raras excepciones, se trata de una pertenencia parcial, episódica y, en un mañana más o menos próximo, el “cordón umbilical” se cortará, para dar lugar a lazos sustitutivos, más convincentes y creíbles a sus ojos, pero ciertamente no exentos de precariedad y de posibles fracasos. Además, en todos los países europeos los teenagers actuales han nacido en una sociedad más o menos secularizada y hallan muy natural respirar un aire secular, descolonizado de lo religioso tradicional, a diferencia de sus padres y abuelos, que, por el contrario, experimentaron el trauma de la transición de una cristiandad socialmente mayoritaria a un cristianismo de minorías. De ese modo, dan la razón a Tertuliano: “Cristiano no se nace, se hace”. De ahí los imperativos actuales de la enseñanza de Religión: iniciar en una gramática del nuevo universo religioso antes y más allá de la enseñanza de una religión; apuntar a educar una consciencia crítica en lugar de mendigar un consenso obsoleto; reconstruir los fundamentos de una ética ecuménica después de la crisis de las evidencias éticas tradicionales.

