Medio siglo
La Jornada Diocesana de Enseñanza (Madrid) nos recibió bajo el precioso logo de un voluminoso “50”, preñado de años, alimentado por el libro, corriente de sabiduría, donde florece el árbol de la vida. Todo en color verde esperanza, y la leyenda: “Cuidando la educación”. La plenitud que supone cuarenta jornadas rendía así tributo al medio siglo de la casa donde han visto la luz: Delegación Episcopal de Enseñanza.
Con razón evocaba su arquitecto, Fidel, el salmo: “Es como un árbol a orillas del arroyo, que da el fruto a su tiempo, cuyas hojas no se marchitan nunca” (Sal 1,3). María Jesús y Paco, tesón y buen hacer en la formación del profesorado en aquellos tiempos, confluían: “Su alma será un huerto bien regado y no volverá a languidecer” (Jr 31,12). Desencadena la aventura, en la década de grandes cambios sociales de los setenta, la certera intuición de un obispo (Tarancón) que ve la necesidad de favorecer la educación religiosa escolar. Buscando siempre la buena relación con las instituciones, y mirando desde el principio a Europa. He gozado la suerte de poder asistir a esos comienzos y a las cuarenta jornadas, menos una; quizá para hacer buena la tradición bíblica. Han supuesto para mí, siempre, estímulo, encuentro con los compañeros de misión, cuando se viven tantos momentos con la sensación de francotirador. Han sido comunión con las inquietudes y orientaciones de la comunidad que te envía. Esta jornada invitaba a recordar que la fuerza renovadora de la buena nueva es levadura, nace del propio mensaje, desde dentro. Que la Iglesia, madre de corazón abierto, a imagen del Maestro, no puede encerrarse en sí misma, sino descubrir en su educación aquel “solo una cosa es necesaria” que desvanece la ansiedad y el miedo. Sembrar con amabilidad, mediante el testimonio personal y comunitario, como servicio a la sociedad; quien todo lo puede, lo hará germinar.

