Esta una en torno a la cincuentena que avanza. Justo en ese momento de la vida en que, sin darte cuenta, pasas a ser hija de tus hijas porque éstas ya te ponen más en tu sitio de lo que desearías y hasta te regañan y te aconsejan y te orientan y te resitúan y te dan una dosis de realidad tremenda… ¿quién lo iba a decir hace dos días? Y, justo, en ese momento de la vida, también, en que, sin darte cuenta, pasas a ser madre de tus padres y les pones en su sitio y les regañas y les aconsejas y les orientas y les cuidas y les mimas y no quieres ver como se hacen mayores. Un poco esquizoide este cambio repentino de roles.
En nuestra sociedad, los mayores han pasado de ser el centro de la familia, la voz de la sabiduría y la experiencia, a ser un poco apartados y arrinconados, silenciados, no tenidos en cuenta… En ocasiones, se les escucha decir: “los ancianos estorbamos, ya no servimos para nada”. Pocas cosas son pensadas para ellos. Todo está informatizado y automatizado. ¡Qué difícil les resulta! Toda la tecnología, tan rápida en su evolución, es un mundo ante el que se rinden, a veces, sin intentarlo. Todo tan cambiante, tan diverso, tan grande, tan global… se les escapa a su entendimiento y se les escurre entre las manos… Y no siempre son prioritarios a la hora de pensar en el bienestar colectivo. Claro, es normal, ya no producen, ya no son productivos para la sociedad. ¡Qué pobreza! ¡Qué vacío!
Viven más, pero, muchas veces, su fragilidad también se alarga como la vida. Y en esa debilidad, necesitan un entramado que les sostenga, que les devuelva algo del esfuerzo que hicieron. Su trabajo fue grande para que hoy disfrutemos de tantas cosas que vivimos como un derecho, sin haber hecho demasiado por conseguirlo. Lo pelearon ellos por nosotros y nosotros lo recibimos gratuitamente.
Y, sin embargo, nuestros mayores nos ofrecen toda una oportunidad de ver cómo es el camino, como hacer el viaje, qué es lo importante, qué actitudes animan y empujan, cómo la vida se puede vivir en tempo lento y no pasa nada, cómo se necesita poco para vivir una existencia sencilla y plena, cómo los afectos pasan a ocupar un primer plano (siempre lo ocuparon, pero las prisas no dejaron detenerse excesivo tiempo en ellos). Nuestros mayores siguen siendo testimonio sapiencial de cómo vivir la vida. Hay que mirarles para aprender.
Regreso a mi particular lío con los roles que ejerzo últimamente y que me hacen ir aprendiendo cosas:
Ver envejecer es anticipar una nueva estación. Es sentir que la ausencia está por llegar, pero también que la presencia que inundó toda una vida quedará para siempre.
Ver envejecer es hacer hueco a nuevas emociones y vivencias, más cercanas a la fragilidad, al miedo, a la dependencia, a la inseguridad… que a la energía, a la vitalidad, a la osadía, al arrojo… que nos habitaron hasta el momento.
Pero, ver envejecer también tiene que ver con admirar, valorar, agradecer, engrandecer… Tiene que ver con poner en valor la vida vivida, comprendida, entendida, ahora, con perspectiva.
No se puede ver envejecer, solamente ver. Supone, siempre, acompañar, sostener, consolar, ESTAR. Hazlo, mientras puedas, mientras tus mayores sigan estando y hazlo con entusiasmo y hasta con alegría.