Participar no es votar
A vueltas con la participación en los ámbitos educativos, reivindicación que se plantea como característica necesaria de la buena escuela innovadora. ¿Lo es?
De vez en cuando aparecen noticias sobre determinadas decisiones del ámbito de actividad educativa de la escuela que se someten a votación. Es el caso, por ejemplo, de la jornada partida o continua o, incluso, el uso de los móviles. Detrás de esas medidas subyace el tema siempre recurrente de cómo debe ser la participación en la escuela. Así se habla de la participación de las familias, del profesorado, de los mismos alumnos o incluso de los propios ayuntamientos, llegando a hacer de la participación una reivindicación necesaria cuando no una característica de la buena escuela innovadora. Suscribo este objetivo con tal de que se lleve a cabo tras una reflexión sobre su sentido y significado. A largo de mi trayectoria como responsable de decisiones en el ámbito escolar, me he encontrado con un primer error sobre la participación cuando las personas la igualan con “participar en la decisión”. Creo que esta postura es una traslación del ámbito político: en este, la participación se reduce prácticamente a la votación. El resultado de la participación consiste en la configuración de una mayoría a partir de un criterio estrictamente numérico. Es la cantidad la que se impone. En mi opinión participar no es votar, e intentaré explicarlo a partir de una terminología prestada del ámbito empresarial.
Dentro de la reflexión en torno a la empresa, se ha desarrollado en las últimas décadas la figura de los “grupos de interés”: todos aquellos colectivos que tienen relación con la organización empresarial (clientes, proveedores, accionistas y propietarios, autoridades gubernamentales, medios de comunicación, sindicatos y asociaciones, etc.). Una vez confeccionada la lista, se define cuál es la relación que cada uno de esos grupos establece con la organización, con el fin de establecer dos elementos fundamentales: qué les debe aportar la organización y qué pueden y deben ellos aportar a la organización para su mejor funcionamiento. Es en esta relación bidireccional donde se inscribe la participación. La organización, en este caso la escuela, debe llevar a cabo un proceso sistemático y riguroso de escucha de todos y cada uno de esos “grupos de interés” para conocer en profundidad cuáles son sus expectativas, con el fin, no solo de conocerlas, sino también de clarificar hasta qué punto algunas de esas expectativas podrían no ser acertadas porque no encajan con la misión de la propia organización. Esta “clarificación” me parece clave para el desarrollo de la organización; de lo contrario, esta corre el peligro de moverse sin una trayectoria coherente. Hay un segundo elemento de esta visión de los “grupos de interés”. La organización está muy atenta a la “sabiduría” que puede residir en cada de uno de esos grupos con el fin de acudir a ella e incorporarla para el mejor desarrollo posible.
Una aplicación de estas consideraciones al mundo de la escuela nos debería llevar a trabajar y clarificar las expectativas de cada uno de sus grupos de interés. Habrá que saber lo que las familias esperan y aclararles cuáles de esas expectativas son acertadas y cuáles no. Exactamente igual con los claustros. La escuela es responsabilidad de sus promotores, al igual que las organizaciones empresariales, y son ellos los que establecen cuál es la misión a la que la quieren destinar, y ellos son también los que lideran y validan la visión que quieren encarnar. Pero esto no lo harán desde la autarquía ni desde la desconexión con la realidad de los grupos de interés a las que están vinculadas, sino contando lo mejor de la sabiduría disponible en su interior y en su entorno. El verbo “participar” no se conjuga en registros de cantidad sino de cualidad. La escuela está llamada a establecer lazos, alianzas y complicidades para convocar a lo mejor, con tal de alcanzar sus elevados objetivos educativos. Es imprescindible escuchar y valorar la sabiduría por encima de los plebiscitos. Ni el tipo de jornada escolar ni el uso de la tecnología pueden ser sometidos a votaciones, sino a debates serios y profundos donde prime la razón educativa al servicio del mejor desarrollo de nuestros alumnos, y no los intereses de tal o cual grupo de interés.
La escuela está llamada a establecer lazos, alianzas y complicidades para convocar a o mejor

