La puerta santa de la basílica de San Pedro se abrirá a partir del veinticuatro de diciembre, dando inicio así al Jubileo ordinario. La esperanza constituye el mensaje central de esta celebración: “Peregrinos de esperanza”. Convocado cuando la pandemia estaba en su peor momento, se pretende que su celebración pueda ayudar a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente. No es fácil hablar de la esperanza cristiana en este momento de la escuela. Culturalmente, en muchos casos, la esperanza solo se vive como una palabra hueca e innecesaria que no va a frenar el momento crítico que estamos viviendo: guerras, deterioro medioambiental, polarización, etc. En otros casos, inmersos en el narcisismo de una sociedad satisfecha y autocomplaciente, convencida de que será el progreso tecnológico el que resuelva los desafíos y limitaciones del presente, también es una palabra prescindible o sustituible por un ingenuo optimismo.
Desde la fe, sin embargo, cuando los límites de la desesperanza se imponen como inexorables es cuando la fuerza de una promesa, de una alianza, de la certeza de un Dios que amó hasta el extremo, permite dar sentido al presente. Es aquella experiencia actualizada del amor recibido la que permite dar razones para la esperanza.
La invitación de la escuela católica, de la clase de Religión, es recordar que las grandes palabras no existen, y la esperanza lo es, hasta que no tiene rostro humano. De alguna manera vimos ese rostro en la entrega y colaboración de los jóvenes en el drama de las riadas que castigaron diversas zonas del país. De igual manera, como se indica en la bula del Jubileo, es momento de avanzar para vincular la esperanza y la vida, para que llegue la esperanza a los presos, a los enfermos, a los jóvenes, a los migrantes, a los ancianos y a los pobres. El Jubileo de la esperanza necesita, es nuestra tarea, descubrir un camino educativo.
Como se indica en la bula del Jubileo, es momento de avanzar para vincular la esperanza y la vida