Hablar de la ética del cuidado es más que necesario. Hoy, en medio de la situación que vivimos, es imprescindible. Hablar de la ética del cuidado en la escuela, en los centros educativos y en el aula es incuestionable. En educación, ahora mismo, están garantizados los contenidos, lo intelectual, lo curricular. Sin embargo, hay muchas cosas que que hemos dejado de hacer para garantizar las medidas higiénico-sanitarias. Muchas de estas iniciativas atendieron, en su momento, a lo emocional, lo relacional, lo convivencial. Por eso, nuestros alumnos precisan más que nunca trabajar en esta línea, lo necesitan como el aire que respiran, aun con mascarilla. Ellos necesitan conocer para actuar, identificar para gestionar, experimentar para generalizar, descubrir para empatizar.
Uno de los grandes aprendizajes que nos ha traído la crisis de la COVID-19 ha sido descubrir lo poco que necesitamos para vivir: salud, sustento y afecto. Cuando fuimos despojados de todo lo que había afuera, solo nos quedó todo lo que había adentro. Y este descubrimiento puso y pone en relieve el valor del cuidado. El cuidado entendido en tres grandes bloques: el de uno mismo (el autocuidado; solo desde el cuidarse podemos cuidar); el cuidado del otro (solo desde la experiencia del autocuidado puedo saltar a la experiencia del cuidado del otro); y el cuidado del planeta, de la casa común (como espacio y parte de ese entramado de conexiones entre el yo y el otro y el entorno).
El cuidado de uno mismo, de la persona, pasa por cuidar las cinco dimensiones fundamentales del ser humano: lo corporal, en un intento de integrar cuerpo y alma (o espíritu), separados desde hace mucho y cuya conexión es tan importante para un funcionamiento holístico de la persona; lo intelectual, porque nuestros pensamientos e ideas sobre el mundo configuran nuestro modo de ser y de estar en él; lo emocional (casi todo a la larga se reduce a este ámbito); lo social, porque la vida nos la jugamos en las relaciones; y lo espiritual, en una visión más global que solo lo referido a lo confesional.
Marcará nuestra permanencia
Si podemos identificar la ética como la brújula y la mística como el camino, las experiencias que se están llevado a cabo en las aulas intentan hacer tomar conciencia de las sensaciones corporales, de los pensamientos, de las emociones, de las creencias, etc., para salir desde ahí al otro y entender qué le pasa al otro. En un mundo interconectado globalmente, pero incomunicado; en un mundo anclado en lo que pasó o en lo que va a pasar, pero lejos del aquí y el ahora; en un mundo material que no trasciende lo que sucede y cómo sucede; en un mundo global, pero más individualizado que nunca en la historia; esto es necesario e imprescindible.
En cuanto al cuidado el planeta, la gran asignatura pendiente en educación, tiene que ver con educar para el consumo. Y esto parte grandes preguntas: ¿qué necesito para vivir? ¿Qué necesito para ser feliz? Y, luego, después de consumir de otro modo en torno a lo que se considera esencial y no esencial, luego, si eso, hablaremos del reciclado, del reutilizado y del reparado. Nos va la vida en ello, ya no hay prórroga. Bernardo Toro lo explica muy bien: “La ética del cuidado marcará nuestra permanencia como especie”. ¿A qué estamos esperando? Hoy, aparentemente, poseemos el “tempo lento” necesario para abordar todo esto.