Anatomía 8: piernas y pies
Estamos en un mundo envueltos por un entorno físico y social. Hay un lado más bien pasivo en ese “estar”: la percepción de ese mundo mediante los órganos de los sentidos (ojos, oídos), que en verdad tampoco son puramente pasivos.
El lado activo de la estancia del ser humano en un entorno corresponde, en cambio, principalmente a las extremidades. Las acciones suelen proceder de brazos y manos y de su prolongación artificial en herramientas e instrumentos. Piernas y pies se ocupan de otro género de acción: la locomoción, que también se amplía mucho gracias a medios externos para el desplazamiento, del patinete y la bicicleta al automóvil y al avión. Frente a una situación adversa, indeseable, una agresión, por ejemplo, cabe hacer algo con las manos, como repeler al agresor, o igualmente con las piernas, huir: ¡pies, para qué os quiero! Los pies, por otra parte, aseguran el asentamiento del cuerpo en el suelo y, por ahí, también la afirmación de la mente en la realidad: el realismo, sin irse por las nubes.
Ni el pensamiento ni los sentimientos delinquen. Solo pueden considerarse inmorales en la medida en que mueven a acciones delictivas. Excepto en magullar a puntapiés a un cuerpo indefenso tampoco las extremidades inferiores delinquen. Sin embargo, no son ajenas a la moral; con ellas tiene que ver una metáfora moral muy destacada: la de los pasos que uno da, los caminos que toma la persona. Es metáfora frecuente en los libros sapienciales de la Biblia hebrea; forma parte habitual de las calificaciones moralizadoras (ir por buen o mal camino, irse por los cerros de Úbeda, andar con buenas o malas compañías), así como de la mejor caracterización de alguien: dime con quién andas y te diré quién eres. ¡Ah!, y además se hace camino al andar.