Mandamientos que son lámparas
Es cómodo y didáctico, pues ayuda a la memoria, cifrar en un número fijo ciertas piezas de doctrina: los diez mandamientos, las ocho bienaventuranzas, los siete pecados capitales, las catorce obras de misericordia. Pero la fijación en una cifra puede acartonarse en estereotipia rígida, que impide atender a otras maneras graves de pecar, a otros modos gloriosos de misericordia y de merecer buena ventura. Tampoco los mandamientos se cuentan exacto y por fuerza hasta diez. El Evangelio los resume en dos. Y el Antiguo Testamento trabaja con otras listas de mandatos divinos. Léase Proverbios 6,16-19: “Media docena de cosas aborrece Yahvé, la mirada altanera, la lengua mentirosa, las manos que hieren, el corazón que medita proyectos culpables, los pies encaminados al mal, el falso testimonio, el sembrador de litigios entre hermanos” (perdón por la versión castellana libre, pero no mendaz).
Tomar esa lista u otra alternativa servirá para salir de lo consabido y ver de otra manera las prohibiciones capitales. Sin descortesía alguna para con la Biblia, y en grande deuda con ella, puede uno proponer líneas rojas esenciales para hoy: no matarás, no violarás, no harás la guerra, no harás daño injustificado ni a las personas ni al medioambiente, etc.
Proverbios 6,21-24 pide fijar los mandatos (o, más bien, aborrecimientos) divinos en el corazón y llevarlos anudados al cuello, porque ellos, prosigue, “guiarán tus pasos”. Y lo razona genialmente: “Pues los mandatos son como lámparas y las enseñanzas como luminarias”. Es el lado positivo de los mandamientos. Suelen enunciarse en formato de prohibiciones, porque los “noes” son fáciles de concretar sin equívocos.
Pero su lado positivo es la claridad inequívoca, la luz: iluminan y orientan en la vida.

