Tiempo de evaluación
Una invitación a que, como educadores, asumamos la necesidad de una buena evaluación en estas postrimerías del curso
La experiencia me dice que lo que no se evalúa difícilmente crece, evoluciona y mejora. El momento de final de curso es una ocasión que no debemos desperdiciar para la sana y necesaria costumbre de evaluar. Sé que algunos centros escolares lo hacen con diferentes modalidades, algunas de ellas basadas en encuestas de satisfacción que se pasan a los alumnos, e incluso, a las familias. En educación, sin embargo, hay perspectivas de autoevaluación que tienen posibilidades de ir un poco más allá. Hay preguntas cuyo calado solo puede ser percibido y evaluado desde una perspectiva más profunda. Entre las muchas posibles, propongo tres echando la mirada al curso que termina.
La primera: ¿he sabido de los dolores de mis alumnos? De otra manera: ¿he sabido lo que les ha hecho sufrir? O también: ¿de qué sufrimientos de mis alumnos “me he hecho cargo”? Todos los educadores sabemos que detrás de esa apariencia de despreocupación y aparente felicidad de nuestros alumnos se esconden miedos y temores. Algunos pertenecen al momento psicoevolutivo, pero otros proceden de la enorme presión que nuestros alumnos están recibiendo de los entornos sociales, muy especialmente de su posible presencia y consumo de las redes sociales. Todos sabemos, y ellos también, que en ese falso escaparate solo se muestran situaciones de felicidad y satisfacción. Corremos el peligro de intentar demostrarles la vaciedad de ese mundo para intentar convencerlos de que no caigan en él, pero no sé si hemos sido capaces de empatizar con lo que realmente viven y acompañarlos así desde ahí en un camino de liberación.
La segunda está apuntada: ¿los he acompañado en su viaje interior? O también: ¿he contribuido desde mis posibilidades a su proceso de construcción de su proyecto personal de vida? Ya sé que la pregunta suena muy rimbombante y, quizá, alguno tenga la sensación de que su alcance excede a nuestras responsabilidades como educadores. Nada más lejos de la realidad. Conforme avanzas en tu biografía de educador y aparecen esas gozosas relaciones con los antiguos alumnos, te percatas de que muchos guardan en la memoria de su corazón y de su mente pequeños o grandes acontecimientos que han vivido contigo y que han sido significativos para sus vidas. A veces, se trata de solo de un gesto que no olvidan; en otras ocasiones, de una frase que dotó de sentido lo que hacían y que permanece en su acervo de sentido de la vida. Creo que a menudo no somos suficientemente conscientes de ese “poder” que tenemos y desaprovechamos las enormes posibilidades que nuestra misión de educadores nos proporciona para aportar instrumentos y recursos de sentido a nuestros alumnos. No debemos olvidar que las fuentes de sentido de la vida que tienen disponibles han aumentado considerablemente, pero eso no significa que la calidad de lo que se les ofrece sea de verdad adecuada para la construcción de un proyecto personal de vida acorde con valores y sensibilidades auténticamente humanizadores.
La tercera pregunta es: ¿he confiado realmente en ellos? O también: ¿han percibido en mi relación una aceptación positiva incondicional? La segunda pregunta apuntaba al polo del sentido, esta tercera al polo de la relación. Sentido y relación: los dos polos inseparables y nucleares de lo que realmente aporta un buen educador. Nuestros alumnos nos perciben, nos sienten y son absolutamente capaces de localizar el tipo de huella afectiva que les dejamos. Y en esto la gama es inmensa, desde la irrelevancia hasta la significatividad más profunda. Como rezaba el título de un antiguo libro: nadie olvida a un buen profesor y, sin embargo, todos echamos al olvido al resto de los que pasaron por nuestras vidas. Haber llegado a ser significativos para nuestros alumnos no es una cuestión de prestigio ni de laureles, sino el culmen de nuestra misión como educadores.
Es muy evidente que semejante tipo de preguntas no caben en una de esas encuestas de satisfacción al uso. Solo caben en una autoevaluación sincera.
Hay perspectivas de autoevaluación
que tienen posibilidades de ir un poco más allá