Imperiofilia vs. imperiofobia
¿Ha habido leyenda negra, una actitud sistemática de presentación negativa? ¿Por qué una ofensiva general contra la Monarquía hispánica o católica? Es asombrosa la estabilidad de los estereotipos sobre España.
Lamentaba recientemente Antonio Escohotado “lo poco que se lee en la actualidad”. Decía no entender “que, hoy, un móvil almacene la más completa suma de saberes jamás reunida pero que se emplee casi exclusivamente para cuantificar likes”. Y se sinceraba confesando que sus “cinco hijos y el único nieto cercano a la mayoría de edad se propusieron y proponen leer libros de pensamiento; pero algo lo frena una y otra vez, y, tras intentos acompañados por desasosiego o tedio, aplazan el empeño, cuando no lo cumplen, con una lentitud que emula la del perezón paraguayo”.
Por otra parte, José Varela decía, casi simultáneamente, que, “en el otoño de 2016, María Elvira Roca Barea, licenciada en Filología Hispánica y doctora en Clásicas, publicó un libro que se convertiría en el best seller de mayor impacto en España en las últimas décadas.” Efectivamente, a mediados del pasado verano, se han vendido más de cien mil ejemplares de la obra, que va por la edición número cuarenta.
El libro se llama Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. Entre el otoño de su aparición en 2016 y el verano último ha desatado una polémica que no tiene nada que envidiar a los modos de la controversia política, tanto en sus versiones parlamentaria como tabernaria. Un buen exponente es la publicación de Imperiofilia y el populismo nacional-católico la primavera pasada, por José Luis Villacañas, que acusa a la autora de “populismo nacional-católico”.
En el mismo sentido la crítica, entusiasta, que recibe en El País de Carlos Martínez Shaw titulada “Contra el triunfo de la confusión”. Aclara el subtítulo que “imperiofilia” denuncia el falseamiento de la historia realizada por Roca Barea en su exitoso “imperiofobia”. Es cierto que “Analfabetos ha habido siempre, pero nunca habían salido de la universidad”, tituló El Mundo la entrevista a la autora cuando apareció el libro, poniéndolo en sus labios. Y remachan los autores de la entrevista que Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español “supone una inyección de autoestima en el ánimo lacónico que caracteriza a los españoles”.
Ambos libros nos reconcilian con las investigaciones
y ensayos serios y útiles social y personalmente
“No así entre vosotros”
Entre medias, precisamente publicadas en los dos años citados, dos obras que merecen tomarse en consideración y dan cuenta de otros modos y maneras: La sombra de la leyenda negra editada, por María José Villaverde y Francisco Castilla y España. Un relato de grandeza y odio. Entre la realidad de la imagen y de los hechos, de José Varela Ortega, que había terciado equilibradamente en la polémica desde las páginas de La Vanguardia.
La obra colectiva publicada en 2016 se pregunta por la existencia, origen, recepción y reacciones de la leyenda negra. Consta de dos partes que, en realidad, son tres: una primera sobre los “Orígenes de la leyenda negra; la segunda dedicada a “El renacer de la leyenda negra en el siglo xviii”; y la segunda parte de esta que, en realidad, es una tercera dedicada a lo que José Álvarez Junco llama en su capítulo conclusivo “tránsito de la leyenda negra a la leyenda romántica”. Hablar con propiedad de “la polémica de la ciencia española como narrativa de una modernidad elusiva” o de “los desaciertos de nuestros padres: los liberales y la eclosión del llamado «problema español»” nos lo permite el libro colectivo.
Hacerlo sobre “la raza y el supuesto condicionamiento biológico de los países latinos: inadaptación y degeneración” o sobre “las imágenes de la mujer española: el mito de Carmen frente a la Inmaculada” nos lo facilita el de Varela Ortega. Ambos libros nos reconcilian con las investigaciones y ensayos serios y útiles social y personalmente, y nos interpelan al “no así entre vosotros”, que, en la con- formación de nuestras opiniones y manifestación de las mismas, en los claustros y las aulas, debería ser un imperativo personal y académico.