Todo tiene su tiempo
Los inicios de curso son siempre difíciles. Septiembre es mes de carreras, diseños, programaciones, organizaciones y discusiones. Da cierto vértigo ver si será posible realizar todo aquello que hemos pensado. Para acompañarnos en esta tarea, la sabiduría ancestral de la Escritura: para cada acción o acontecimiento existe un tiempo (Ecle 3,1). En la escuela también hay un tiempo apropiado para todo.
Los educadores deberían aspirar a observar y percibir que es lo adecuado en cada momento para que los estudiantes puedan avanzar en su maduración sin interferir, forzar o ignorar los propios ritmos. El tiempo escolar, las situaciones, oportunidades y eventos no ocurren de manera aleatoria, sino que siguen un ritmo natural y un orden específico en cada persona. Ante esta riquísima diversidad, solo nos queda, primero, desarrollar una paciencia amorosa y aceptar que los procesos en cada uno tomarán su propio curso en el momento adecuado, y que nuestra presencia es acompañamiento más que dirección. Segundo, abrazar la naturaleza cambiante de la existencia humana, también en los saltos, bloqueos, florecimientos y serendipias de los estudiantes, y aceptar que lo que no es posible o adecuado en un momento dado puede serlo en otro. Tercero, aprender a detectar en los tiempos escolares, no solo dentro del aula, sino en el patio, los pasillos, las salas de profesores, etc., aquellas oportunidades y desafíos que surgen sin esperarlo. Por último, recordar frecuentemente que la educación no se centra en los resultados finales, sino en los aprendizajes y maduraciones del niño o niña que goza (y gozamos) con su crecimiento. En definitiva, adquirir un enfoque escolar holístico del proceso educativo, reconociendo la diversidad de ritmos y necesidades que favorece la curiosidad y la pasión por lo que nos depara la vida, ahora y en el futuro.

