¿Cómo se le ocurre al Santo Padre de Roma convocar un evento allá, en mayo de 2020, para promover un Pacto Educativo Global? Cuando parecía que los cuatro pilares de la educación del Informe Delors se mostraban completos, consolidados, y el esfuerzo por su consecución se revelaba como necesario y suficiente, las pistas educativas del Santo Padre nos revuelven a unos y a otros e impulsan a elevar la mirada y apuntar más allá. Cuando ya lo teníamos medio sabido y medio recorrido, resulta que ya no es solo el aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Ahora aparece desde varias fuentes un quinto pilar que es algo más, porque engloba y remodela los cuatro anteriores: aprender a habitar el mundo como casa común. ¿No teníamos pocas incertidumbres? Pues ahí va un nuevo horizonte. Que nos pone a repensar los paraqués de la educación.
¿Cómo se le ocurre al papa, en plena vorágine tecnológica e innovativa, no centrarse en esos ámbitos y, por el contrario, más bien volver a objetivos esenciales de la escuela, como es el de construir fraternidad? ¿Cómo no se le ha ocurrido sumarse al entusiasmo por la revolución 5G que ya viene, ni desgranar las múltiples corrientes innovadoras que en el mundo de la educación bullen e irradian entusiasmo, energía, afán y acumulación yuxtapuesta y bulímica? Yo esperaba algunas luces sobre el universo robótico, y aparece el humanismo solidario. Esperaba claves sobre la generación makers y aparece la ciudadanía global. Yo esperaba un despliegue de artefactos de última generación, y aparece la ética del cuidado. Yo contaba con conocer lo último de Sillicon Valley, y florece la ecología integral. Yo esperaba algún mensaje energético -como la conocida bebida- que nos alimentase en nuestro feliz activismo, y nos invita a mirar nuestras raíces. De modo que no tenemos otra que repensar los cómos de la educación.
¿No teníamos pocas incertidumbres?
Pues ahí va un nuevo horizonte, que nos hace repensar los paraqués de la educación
¿Santidad, cómo se le ocurre hablar del impopular término “pacto”, cuando parece que los vectores de la historia apuntan hacia otro lado, hacia la autoafirmación individual y colectiva, la desconfianza -si no el desprecio- hacia el distinto, el de fuera? Las reglas de la economía parecen señalar de manera inexorable al triunfo de los más fuertes sobre los más débiles, y promueven el ciego abandono a la mano invisible subyacente que todo lo equilibra y arregla. Competir, no cooperar. Y hoy día, cuando el mundo educativo se ha convertido en campo de batalla en el que el tinte de las banderas ideológicas impregna sucesivamente al ritmo de quien vence en el juego político y no por reflexión pedagógica, casi nadie escucha a nadie. Permítame decirle que, en medio de la vorágine de los Trump, el Brexit, revueltas violentas, populismos e iliberalismos, ultraderechas, muros, xenofobia… la sola mención -y no digamos la propuesta- de Pacto diríase que se antoja de un irenismo estéril. Lo que nos motiva a retomar una actitud política -activa, esperanzada, contagiosa, transformadora- en la educación.
¿Y, además, tiendes puentes
¿Cómo se te ocurre -Francisco, hermano- contar también con los profesores de Religión para este desapacible revulsivo educativo? Porque tu planteamiento nos abre puentes con las otras áreas. Porque al colocar a la persona en el centro del proceso educativo indicas lo medular de nuestra razón de ser. Porque sobre nuestros espíritus cansados llega tu aliento y el recordatorio de que este trabajo tiene valioso sentido y un lugar irrenunciable. Porque ahora vamos a tener que reinventarnos y rehacer currículos, planes de formación, actitudes, textos, materiales, modos de actuar…
¿Cómo se te ocurre? La que has liado