La “Misión 4.7”, también en la ERE
Nos resultan familiares las referencias de la Agenda 2030 y del pacto global por la educación. Pues bien, las sinergias entre ambas iniciativas han generado la “Misión 4.7”, una nueva iniciativa del papa Francisco.
En numerosas ocasiones, hemos puesto de manifiesto que son cada vez más numerosas y relevantes las iniciativas internacionales que reafirman los fines humanistas de la educación. Además de la Unesco, con sus informes sobre los pilares de la educación centrados en el aprender a ser; de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, con su propuestas de sumar a sus evaluaciones PISA lo que denomina la competencia global, que fortalece aspectos esenciales de la identidad personal; de la Unión Europea, con su actualización de las competencias clave, con un claro refuerzo antropológico en su descripción, y con su apuesta de competencias para una cultura democrática, ambas de 2018; ha sido Naciones Unidas la protagonista de la iniciativa más significativa en esta línea humanizadora: la Agenda 2030 y sus objetivos de desarrollo sostenible; de ella destaca, para nuestro ámbito, el objetivo cuarto y sus metas referidas la educación.
Fue la Organización de las Naciones Unidas, en septiembre de 2015, la que aprobó el objetivo de la Agenda 2030 para mejorar el mundo. Al inicio de su resolución, se fijan las prioridades que, desde una perspectiva educativa y cristiana son esenciales e irrenunciables: la centralidad de la persona y su dignidad, con especial referencia a la erradicación de la pobreza y la igualdad; el cuidado del planeta, combatiendo la degradación y educando la producción y el consumo responsables; la promoción de la prosperidad y un desarrollo humano, de todos los seres humanos y de todo el ser humano; y la paz, construyendo sociedades pacíficas e inclusivas, haciendo posible que la humanidad y el planeta vivan en armonía. Pues bien, de los diecisiete objetivos de desarrollo sostenible, el cuarto está centrado en la educación: “Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos”. Y de las metas que concretan este objetivo, la séptima dice expresamente: “Asegurar que todos los alumnos adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible”.
Rehumanizar la educación
Los mensajes del Papa convocando el pacto global por la educación, el doce de septiembre de 2019, y relanzándolo, el quince de octubre de 2020, convergen en buena medida con esta rehumanización de la educación que está aconteciendo globalmente. Su propuesta más nuclear gira precisamente sobre la humanización, reclamando insistentemente la centralidad de la persona en todos los procesos educativos. Más recientemente, en un simposio organizado en el Vaticano por la Academia Pontifica de Ciencias Sociales y por la Organización de las Naciones Unidas, el Papa reafirmó la concordancia de su propuesta del pacto educativo con la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible. Literalmente, afirmó que en el corazón de los objetivos de desarrollo sostenible está el reconocimiento de que la educación es el camino necesario para la casa común y la fraternidad humana. Concluyó: “El pacto global por la educación y la «Misión 4.7» trabajarán juntos por la civilización del amor, la belleza y la unidad. Espero que ustedes sean los poetas de una nueva belleza humana, una nueva belleza fraterna y amigable, como de la salvaguardia de la tierra que pisamos”.
En consecuencia, los programas escolares no deberían permanecer al margen de estas tendencias emergentes y cada vez más consolidadas. La enseñanza de la religión está llamada a incorporar esta “Misión 4.7” en su currículo. Además, estas sinergias entre la Agenda 2030 y el pacto global por la educación podrán generar proyectos globalizados e interdisciplinares entre la enseñanza religiosa escolar y las otras materias.
En consecuencia, los programas escolares
no deberían permanecer al margen de estas tendencias