Mi papa Francisco: encuentro, compasión y literatura
Los doce años del pontificado de Francisco han dejado, y siguen dejando, huella en aquellos que hemos estado muy pendientes de sus actos y palabras, de quienes hemos seguido y meditado sus homilías y discursos.
Se le he calificado de Papa de la misericordia y de la fraternidad, pero también está vinculado a la cultura del encuentro. Algunas personas me comentaron que la idea de encuentro les había ayudado a mejorar en su actividad laboral o incluso a darle un sentido más pleno. Este fue el caso de un profesor que desde entonces no solo se conformaba con ofrecer a sus alumnos unos elaborados conocimientos académicos, sino que experimentó la necesidad de acercarse, de encontrarse con aquellos que hasta entonces quizá solo habían sido páginas de agenda con fotografías incluidas.
La cultura del encuentro
La exhortación apostólica Evangelii gaudium, del 24 de noviembre de 2013, es, sin duda, el documento más importante del pontificado de Francisco. Su lectura supuso para mí tomar conciencia de promover la cultura del encuentro. En primer lugar, con Jesucristo y, a partir de ese encuentro con una Persona, llega el encuentro con los demás, un encuentro necesario dada la situación de nuestra sociedad posmoderna individualista: “Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos” (Evangelii gaudium 87). Son al respecto muy claras unas palabras del Papa a una delegación de estudiantes de la Queen’s University Belfast, el 25 de abril de 2022: “Como personas, y especialmente como cristianos, estamos hechos de tal manera que no podemos vivir, crecer y realizarnos sino en la búsqueda de la verdad y en la entrega sincera de nosotros mismos a los demás. No se trata simplemente de ver, sino de mirar; no se trata simplemente de oír, sino de escuchar; no basta con encontrarse o pasar al lado de las personas, sino detenerse y comprometerse con ellas en las cosas que realmente importan (cf. Flp 1,10)”.
Entiendo, sin embargo, las reticencias de algunos para participar de la cultura del encuentro en esta época de culto desenfrenado a la propia privacidad, pues muchas de nuestras invitaciones se dan de bruces con los muros de una supuesta falta de tiempo, del miedo a que se conozca la propia fragilidad o simplemente de un orgullo que construye su vida al margen de los demás e incluso lo identifica con una libertad sin límites. Todos estos inconvenientes favorecen el recurso a las redes sociales, donde parece primar el anonimato o una realidad virtual construida a la propia medida. En consecuencia, las redes sociales, pese a las apariencias, dejan de ser un lugar de auténtico encuentro. Pese a todo, el papa Francisco se muestra optimista en Evangelii gaudium (87): “Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan esperanzador!”.
Añado una pequeña experiencia de encuentro en las redes. A principios de 2021 me enteré de que Francisco había prologado el primer libro de un poeta desconocido hasta entonces, Luca Milanesi. El libro se llamaba Rime a sorpresa y yo publiqué un artículo en forma de carta en el que le felicitaba por la publicación y me permitía glosar alguno de sus poemas. En el prólogo, Francisco señalaba que la primera forma de ternura es la escucha. En efecto, sin escucha, no hay posibilidad de un auténtico encuentro. En este caso mi encuentro fue a partir de la lectura de unos poemas. Recuerdo uno de ellos en los que Milanesi hablaba del viaje de los Magos y lo comparaba con el hombre occidental de nuestro tiempo que viaja distraído en busca de emociones. La diferencia es que los Magos encontrarán el camino para superar el desierto. Pero sobre todo recuerdo esta reflexión: “La poesía es un punto firme que me sostiene sobre la realidad de las cosas”. Tiempo después, leí que Milanesi, en un encuentro con escolares de secundaria, les decía que “la poesía es el Facebook del alma”. Yo no conocía a este poeta ni compartí con él mi artículo, pero él supo encontrarme para darme las gracias en su cuenta de Facebook.
La compasión frente a la indiferencia
El encuentro puede ser una ocasión de amistad. Pero lo cierto es que no todos entienden lo mismo cuando se refieren a la amistad. Por eso, recomiendo la lectura de la exhortación apostólica postsinodal Christus vivit, dirigida a los jóvenes y fechada el 25 de marzo de 2019. En particular los párrafos 151 y 152. Francisco presenta a Jesús como amigo, pero a partir de ahí hace unas certeras reflexiones sobre la amistad: “La amistad es un regalo de la vida y un don de Dios. A través de los amigos, el Señor nos va puliendo y nos va madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles, que están a nuestro lado en los momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable. Tener amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un amigo fiel no tiene precio» (Ecl0 6,15)” (151). Por tanto, la amistad implica necesariamente abrirse a los demás, salir de uno mismo. Hay que salir al encuentro. A continuación, Francisco añade: “La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo. Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo. Aunque los amigos pueden ser muy diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas en común que los llevan a sentirse cercanos, y hay una intimidad que se comparte con sinceridad y confianza” (152).
Estas consideraciones del Papa sobre la amistad me vinieron en mente cuando escuché una vez con cierto pesar que la compasión es enemiga de la amistad. Desde luego, yo no podría creer en la amistad de alguien que no sea compasivo. Quien piense lo contrario no solo tiene una pobre idea de la amistad. Además, ha debido de asumir, conscientemente o no, ese discurso individualista, tan extendido en nuestra sociedad occidental, de que el mundo se divide en ganadores y perdedores. De ahí se deriva creer que la compasión es una debilidad que no debe de ser mostrada, pues existe el riesgo de enfrentarse al desprecio y la incomprensión de muchas personas. Sin embargo, con sus palabras y gestos, el papa Francisco ha demostrado que la compasión es una de las grandes cualidades que puede mostrar el ser humano. En realidad, es Cristo el compasivo por excelencia, el que dice en el Evangelio: “Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
La compasión es signo distintivo del cristiano y el Evangelio está lleno de ejemplos de la compasión de Cristo. El papa Francisco lo recordó, por mencionar una sola cita, en una homilía en la Casa de Santa Marta el 17 de septiembre de 2019, y que se refería a la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc 7,11-17). Dijo entonces: “La compasión, de hecho, nos lleva por el camino de la verdadera justicia, salvándonos así de estar encerrados en nosotros mismos”. Tal es la clave: salir de uno mismo, ir al encuentro del otro, tener ojos para ver su realidad. Me llama la atención de que el Papa dijera que la compasión nos lleva hacia la verdadera justicia. Y es que nos hemos acostumbrado a una cierta idea de la justicia, una justicia ciega, de contrapartida, mercantilista, de obligación debida. Esa justicia no puede satisfacer por entero al ser humano. Es tan fría como pequeña en su alcance, y lo peor es que en algunas ocasiones está próxima a la crueldad. Sin embargo, prosigue el Pontífice siguiendo el relato evangélico: “Había mucha gente acompañando a esa mujer, pero Jesús ve su realidad: ella se queda sola a partir de ese momento y hasta el final de su vida, es viuda, y ha perdido a su único hijo. Es, precisamente, la compasión, lo que nos hace comprender profundamente la realidad”.
En la citada homilía, el papa Francisco da una certera definición de la compasión: es una lente del corazón que realmente nos hace entender las dimensiones. Lo cierto es que el Pontífice se esforzó siempre en hacer entender algo que no todos quieren entender, pues en el fondo no quieren implicarse: “La compasión no es un sentimiento de pena, que se experimenta, por ejemplo, cuando se ve morir a un perro en la calle. Es involucrarse en el problema de los demás, es jugarse la vida allí”. Cabría añadir que lo opuesto a la compasión no deja de ser egoísmo, aunque se disfrace de justicia y de cumplimiento de obligaciones. Por eso, en la misma homilía, hay una crítica a la actitud de los discípulos previa a la multiplicación de los panes y que se conforma con despedir a la multitud: “Buscan una solución, pero sin compromiso”, y “no se ensucian las manos, como diciendo que esta gente se las arregle”.
Del legado del papa Francisco quiero destacar, entre tantas cosas, un rechazo al lenguaje humano de la indiferencia, contrapuesto al lenguaje de Dios que es la compasión. Recordemos que se hizo famosa su expresión “la globalización de la indiferencia”, pronunciada en la isla de Lampedusa, destino sombrío de la inmigración, en el verano de 2013. Pese a todo, nos ha recordado más de una vez que debemos dejar que el Espíritu Santo nos lleve por el camino de la compasión.
Literatura, imaginación y compasión
Conozco a un sacerdote argentino, amigo de Francisco, que comparte con él su amor por la literatura y la escritura. Algo se me ha contagiado de ambos, pero sobre todo valoro que el Papa ha sabido mostrarme, con la sabiduría de los sencillos, la trascendencia de los relatos de ficción. Quizá esto guarde relación con que Jorge Mario Bergoglio fue profesor de Literatura en la década de 1960 en un colegio jesuita de Santa Fe. Por lo demás, en 2021 Francisco escribió un epílogo para el libro El tejido del mundo, en el que participaron más de cuarenta y cuatro escritores, artistas, teólogos y periodistas. El tejido del mundo no es otro que el relato o la narración, que todos los escritores cultivamos, aunque no seamos autores de ficción. Es “un tejido que conecta todo y a todos, presente y pasado, y permite abrirse hacia el futuro con sentimientos de confianza y esperanza”. El Papa habla también del misterio de la literatura, porque “se puede escuchar una historia y, al final, ser una persona totalmente diferente”.
Ese misterio está, sin duda, muy relacionada con la imaginación, que puede conllevar la posibilidad de ponernos en el lugar del otro. En este sentido, me parece muy expresivo el párrafo 36 de la Carta sobre el papel de la literatura en la formación del papa Francisco, del 4 de agosto de 2024: “Cada quien imagina a su modo el llanto de una joven abandonada, la anciana cubriendo el cuerpo de su nieto dormido, la pasión de un pequeño emprendedor que trata de salir adelante a pesar de las dificultades, la humillación de quien se siente criticado por todos, el joven que sueña en una vida miserable y violenta como única salida al dolor. A medida que identificamos rastros de nuestro mundo interior en medio de esas historias, nos volvemos más sensibles frente a las experiencias de los demás, salimos de nosotros mismos para entrar en lo profundo de su interior, podemos entender un poco más sus fatigas y deseos, vemos la realidad con sus ojos y finalmente nos volvemos sus compañeros de camino”.
Tengo la intención de seguir profundizando en los textos de Francisco sobre la importancia de la literatura en la formación y la educación, pues representan una oportunidad de diálogo entre la Iglesia y la cultura contemporánea. He sabido de un libro que puede ayudarme. En marzo de 2025 se publicó ¡Viva la poesía! (Edizioni Ares, Milán), editado por el teólogo y crítico literario jesuita Antonio Spadaro. Es una antología de textos con referencias literarias de Francisco en encíclicas, exhortaciones apostólicas, discursos y mensajes, y también prefacios, entrevistas y cartas personales. Spadaro destaca que, “en su magisterio pontificio, Francisco incluye el logos poético y simbólico como parte integrante de su discurso (es decir, cita a menudo a poetas y escritores), lo que es un hecho muy relevante”. En un breve autógrafo del Pontífice, que precede a la introducción del libro, se puede leer que “debemos recuperar el gusto por la literatura en nuestras vidas, pero también por la educación, de lo contrario somos como un fruto seco”.
La literatura es, sin duda, una cuestión de sensibilidad, pero, gracias a Francisco, he aprendido que también lo es de compasión. No hay compasión sin sensibilidad. No es esta una idea original del Papa, pues la historia de la literatura está llena de ejemplos en los que brota la compasión desde los poemas homéricos a las novelas contemporáneas. Con todo, en El tejido del mundo, el Pontífice subraya que la compasión es una de las tres características del estilo de Dios, que se suma a la cercanía y la ternura. Uno de los grandes relatos evangélicos es la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37). No se trata solo de cuidados y curaciones, pues “la compasión transforma la vida de los dos protagonistas, y esto vale para cada persona y para cada comunidad”. La misma idea está presente en la encíclica Fratelli tutti (66), donde podemos leer que “la historia de cada uno está ligada a la de los demás, la vida no es tiempo que pasa sino tiempo de encuentro”.
Encuentro, compasión y literatura. Podríamos hablar de tres amores del papa Francisco, de tres actitudes que pueden iluminar nuestro camino en la vida. Tres referencias que podemos recuperar de continuo gracias al gran legado que nos ha dejado el Pontífice para meditar y orar. A partir de sus palabras, se me ocurre extraer este consejo que puede servir a escritores, comunicadores, profesores y a otras muchas personas: no os dejéis llevar por la crueldad imperante, dejaos conquistar por la compasión, la compasión activa de Dios, para que vuestra vida y la de los demás se transforme.