El nomadismo en el cuidado del ser
La historia nos dice que, en el proceso evolutivo de la humanidad, se pasa de una vida nómada a una vida sedentaria. En la primera, aquellos pueblos llamados primitivos, se desplazaban de un lugar a otro sin establecerse en un sitio de forma permanente. Se trasladan continuamente sin permanecer en el mismo lugar o región, por eso sus refugios son precarios y fáciles de construir y transportar. Se movilizan dependiendo de las estaciones del año y de los medios disponibles para la supervivencia.
Como dato cultural ilustrativo, hay muchos ejemplos de pueblos nómadas: pueblos cazadores recolectores en Groelandia, poblaciones amazónicas en Sudamérica, chichimecas en México, los tuaregs en el desierto del Sáhara, pueblos beduinos árabes y algunas de Asia Central… Gran variedad.
El nomadismo puede servirnos de alegoría sobre la educación del cuidado del ser, de la interioridad y del perfil del educador “cuidadoso”, que pone atención y cuidado en lo que hace. En este proceso educativo, siempre estamos de camino, de paso, sin asentamientos definitivos. Si esto sucediera, nos convertiríamos en sedentarios. Cuando nos asentamos en este proceso tan dinámico, perdemos su sentido profundo, su dinámica esencial. Nunca estamos asentados de forma permanente, siempre con un pie en alto para dar el siguiente paso. La sensación del “nómada de la interioridad” es un equilibrio entre la seguridad y la inseguridad, de aquí la necesidad de soportar ciertas dosis de incertidumbre y de ir ligeros de equipaje.
A pesar de los continuos cambios, tenemos la certeza y seguridad de seguir siendo nosotros mismos. Somos nosotros mismos quienes vamos evolucionando y nos vamos transformando. Somos, y a la vez estamos en un proceso de ser más, siendo. No es un ser más en cantidad, sí en profundidad. Es una especie de sensación simultánea de unidad y diversidad. Somos nosotros mismos y, a la vez, estamos evolucionando, siendo “otros”. Es un proceso de metanoia, no sólo de metamorfosis, de cambio en la forma, sino un cambio más radical, más de raíz, más interior. Y este cambio, transformador, es quien alimenta y nutre al resto. No hay evolución sin transformación.
Como nómadas de y en nuestro interior, convivimos con la incomodidad. No es cómodo vivir en la provisionalidad. Se nos está invitando continuamente al bienestar, en vez de incentivarnos al bien-ser, que es más incómodo pero enriquece vivir una vida con sentido.
El nomadismo del trabajo interior es una continua invitación a simplificar nuestras vidas. Ir a lo esencial, a lo necesario, a lo básico, a lo imprescindible. Acumular, hace nuestro viaje por la vida más pesado y dificulta la marcha. ¿No le sería más fácil a Obélix caminar por la vida sin ese menhir a sus espaldas? A veces nos parecemos a este personaje de ficción, la diferencia es que nosotros no tenemos una fuerza sobrehumana por haber caído de pequeños en la marmita de la poción mágica. En lontananza está la vida ejemplar del gran “nómada” Francisco de Asís que nos decía “Necesito pocas cosas y las pocas que necesito, las necesito poco.”
El nomadismo en el trabajo de la interioridad, como una de las dimensiones del ser, nos convierte en ciudadanos del mundo, sin asentamiento definitivo. La tierra es nuestro hogar, quien nos da la vida, el sustento, por ella transitamos, facilita los encuentros con otros seres humanos, con las cosas. Aunque transitemos por un mismo pedazo de tierra, nunca es lo mismo. Las personas, las cosas y los lugares se cargan de nuevos sentidos. Fruto de los encuentros, todo se sobredimensiona, se carga de nuevos sentidos, Nuestras relaciones de siempre parecen novedosas y nosotros mismos nos sentimos familiarmente extraños.
En el trabajo de la educación del ser, nunca permanecemos en el mismo lugar o región. Siempre dispuestos para continuos traslados. Nuestros asentamientos tienen carácter provisional, refugios precarios, y tendrían que ser fáciles de construir y transportar. El sedentarismo, en la construcción del ser, es involutivo. Vivimos en la sensación de sentimos completos, y a la vez, incompletos, inacabados. Siempre en un proceso nómada viajando en esa dimensión insondable.