ERE en el futuro de la educación
La Unesco publica su nuevo informe para inspirar los futuros de la educación con el horizonte de 2050. En esa visión humanista, cada vez más compartida, los saberes religiosos desempeñarán un papel insustituible.
El informe destaca cómo, durante el siglo xx, la educación se centró en hacer extensivo el derecho a la educación y la escolarización obligatoria de niños y jóvenes. Es doloroso reconocer que todavía ese objetivo no es universal. En el momento actual, propone la Unesco, debemos reinventar la educación para que nos ayude a afrontar los retos comunes de una ciudadanía global. Esto significa trabajar juntos para crear futuros que sean compartidos e interdependientes. Subraya la necesidad de esfuerzos colectivos para forjar el futuro inclusivo, basado en la justicia social, económica y ambiental.
Los futuros de la educación, a juicio del informe, deberán regirse por dos principios fundacionales: en primer lugar, garantizar el derecho a una educación de calidad a lo largo de toda la vida, que también debe abarcar el derecho a la información, a la cultura y a la ciencia, así como el derecho a acceder y contribuir al patrimonio común de la humanidad que se ha acumulado durante generaciones y que se transforma continuamente; y, en segundo lugar, reforzar la educación como bien público y común, es decir, no solo debe garantizarse la suficiente financiación pública, también comprende la participación de la sociedad en general en los objetivos de la educación. Así se inspira un futuro que pone el énfasis en la educación como patrimonio común, como una forma de bienestar compartido que se elige y se logra conjuntamente.
Las propuestas del informe, con ese horizonte de futuro compartido, reclaman una renovación pedagógica centrada en los principios de cooperación, colaboración y solidaridad; esto es: fomentar las capacidades intelectuales, sociales y morales de los alumnos, para que puedan trabajar juntos y transformar el mundo con empatía y compasión; los planes de estudios deberían hacer hincapié en un aprendizaje ecológico, intercultural e interdisciplinar que desarrolle su capacidad para criticarlos y aplicarlos; además, debería promoverse una educación para la ciudadanía activa y la participación democrática. La enseñanza del futuro debería seguir profesionalizándose como una labor colaborativa en la que se reconozca la función de los docentes como figuras clave de la transformación educativa y social; su trabajo debería caracterizarse por la colaboración y el trabajo en equipo, apoyando su autonomía y libertad.
Las escuelas del futuro, se solicita en el informe, deberían ser lugares educativos protegidos, ya que promueven la inclusión, la equidad y el bienestar individual y colectivo; y también deberían reimaginarse con miras a facilitar aún más la transformación del mundo hacia futuros más justos, equitativos y sostenibles. Deberíamos disfrutar y acrecentar las oportunidades educativas que surgen a lo largo de la vida y en los diferentes entornos culturales y sociales.
La contribución de la enseñanza de las religiones
en los futuros de la educación es insustituible
Un futuro compartido, de todos
El informe concluye con una llamada a incluir a todos los protagonistas de la educación en un nuevo futuro. Subrayamos su llamada a incluir a todos. Literalmente dice: “Es esencial que todos puedan contribuir a forjar los futuros de la educación, niños, jóvenes, padres, docentes, investigadores, activistas, empleadores, líderes culturales y religiosos, etc. Tenemos tradiciones culturales profundas, ricas y diversas que pueden servir de cimiento, y los seres humanos cuentan con una gran capacidad de acción colectiva, inteligencia y creatividad”.
Sea suficiente esta referencia literal del informe para subrayar, una vez más en nuestro “Punto de vista”, que el mejor futuro de la educación debe incluir los saberes y tradiciones religiosas por el potencial humanizador de sus valores y creencias, de sus ideales y convicciones. Esta conclusión exige también el compromiso de depurar cualquier germen de fundamentalismo religioso. Así, la contribución de la enseñanza de las religiones en los futuros de la educación es insustituible para construir el bien común.