Intramuros
No se trata de ser pesimistas, tampoco ingenuamente optimistas. Estamos ante una crisis de sentido, una crisis de civilización, que tardará treinta o cuarenta años en decantarse: hacia 2050, quizá 2060.
Los que peinamos canas, los viejos vaya, a pesar de las apariencias (“brecha digital”, lo llaman), estamos más protegidos, pero los más jóvenes andan más perdidos. Decía John Maynard Keynes que hay dos tipos de economistas, los buenos saben historia. Muchos no llegaremos tan allá. Respeto todas las biografías, pues entiendo que hay mucho sufrimiento dentro de las mismas. Muchos se fueron extramuros porque no soportaban el enrarecido aire intramuros. La mujer y el hombre de hoy necesitan vivir de una espiritualidad no atea o arreligiosa, sino encarnada. Si no entramos en nosotros mismos y formulamos ahí, sin dualismos, en nuestra carne trémula y pecadora, las búsquedas necesarias, no accederemos nunca a una espiritualidad sólida. Sé que el asunto es delicado, pues cada día se oyen más cantos de sirena contra las espiritualidades religiosas y a favor de las absolutamente desreguladas, a veces muy des-encarnadas.
A mi juicio, las llamadas espiritualidades extramuros no dejan de ser un engaño amable, seductor, cortoplacista, un camino a ninguna parte. La verdadera espiritualidad no es gnóstica, sino encarnada. Encarnada quiere decir mal olor. Por supuesto, muchos estarán en desacuerdo, pero deberían ser honestos y avisar de su engaño, si lo ven. No hay espiritualidad atea que valga. El asunto no es eclesiástico, es cultural. Muchos de los que defienden una espiritualidad no religiosa, o simplemente no la califican, lo que quieren es que no se confunda la suya con una espiritualidad regulada, intramuros. Cuando oigo espiritualidad no religiosa, muchas veces incluso a cristianos de buena voluntad, pienso que quieren decir espiritualidad no confesional. Es decir, no regulada por una institución eclesiástica determinada. Estoy bastante de acuerdo, pero esa espiritualidad extramuros de la que hablan no logro saber nunca a qué se refiere. Por eso desconfío.
Jordi Pigem, en Pandèmia i postveritat. La vida, la consciència i la quarta Revolució industrial (Barcelona, 2022), no deja indiferente; su lectura ha coincidido, en mi caso, con la de un libro algo antiguo, Todo fluye, del judío, ucraniano y soviético Vasili (Iósif Solomónovich) Grossman (1905-1964). La mentira y el engaño de Lenin, de Stalin, incluso del ucraniano Krushev (Jrushchov). Eduquemos ante la mentira enmascarada, por ejemplo, el llamado “capitalismo de vigilancia” del que habla Shosanna Zuboff, de Harvard Business School, The Age of Surveillance Capitalisme: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power (2019), el permanente falseamiento de lo real, ideología o propaganda, ahora llamados posverdad o secuestro de la verdad (Joan García del Muro, Rm 1,18).
Las llamadas espiritualidades extramuros no dejan de ser un engaño amable,
seductor, cortoplacista
Semillas
Vivir en la mentira producida para entretenernos, ese es nuestro destino. ¿Seguro? Pues bien: o nos decidimos a creer en Dios y amarlo, y lo proclamamos, anunciamos, confesamos en, con nuestra vida y obras, o nuestro cristianismo morirá, si es que no ha muerto ya. La Iglesia vive, la Iglesia, en cuanto cuerpo de Cristo, no puede morir. Y de su carne, del cuerpo crucificado brotarán en algún siglo próximo, quizá más pronto que tarde, quizá ya han brotado, nuevos estilos de santidad. Toda espiritualidad que no “se dice”, es decir, se declina en la historia real, es falsa, por atractiva y bien intencionada que sea.
Me llega un cartel anunciando un acto en memoria de un militante cristiano al que conocí hace tiempo. Ni una referencia explícitamente cristiana. Lo encabeza un logo de un ayuntamiento y en el acto colaboran entidades diversas, incluida una diputación provincial. El acto se dice “inspirado” por la figura de ese militante. El título, de resonancia evangélica, es “semilla para la justicia global”. Como no se dice quién inspiró a ese cristiano comprometido con su fe y quién siembra esa semilla no se entiende nada, o quizá sí se entiende la música, pero tan solo música callada. Prefiero seguir intramuros.