EL EFECTO INCUBACIÓN
Si nos proponemos romper un huevo, tenemos distintas formas, desde cascarlo en un plato hasta tirarlo al suelo contra algo o contra alguien (hay quien usa este sistema como signo de protesta). También el choque entre ellos puede provocar la rotura. Hay juegos en los que se utilizan huevos que, a la postre, terminan rotos: Correr hacia una meta con uno de ellos en una cuchara, formar dos equipos en línea para irse pasando un huevo, inicialmente muy cerca para, después, ir alejándose. En cualquier caso, el interior suele terminar desparramándose. Pero existe una forma en la que, rompiéndose la cáscara, el interior no se desparrama… Exacto, un huevo cocido.
En todos los casos citados, se elimina la vida que hay dentro o la posible vida que pudiera surgir de él. Solamente hay una forma en la que la vida continúa, aunque se rompa la cáscara del huevo (…piensa antes de seguir leyendo…) si se rompe desde dentro. Entonces la vida aflora, crece, se desarrolla. Pero eso no podemos hacerlo nosotros.
Anticipamos la línea de nuestra reflexión: “Si un huevo se rompe desde afuera, la vida termina, si se rompe desde adentro, la vida comienza.”
Se utiliza el término ovíparos (del latín ovum – parire) para referirse a los que nacen de un huevo. Sin tener en cuenta todas las distinciones, hay algunos animales en los que el huevo va creciendo dentro de la hembra hasta que está completamente desarrollado y se produce la eclosión (expulsión) de huevo. La cáscara del huevo protege a la cría. Muchas hembras, a veces los machos, incuban a sus huevos una vez que eclosionan. El tiempo de incubación varía dependiendo de la especie.
Metafóricamente podemos considerar que todas las personas pasamos por esta especie de estadio evolutivo en el que necesitamos del calor externo para poder ir fortaleciendo nuestra vida interior. Nunca llegaremos a nuestra total expresión, porque es tarea de toda la vida, pero sí tenemos la potencialidad adecuada para que, dadas ciertas condiciones, eclosione esa enorme vida que llevamos dentro.
Dos reflexiones: Una reflexión con matiz educativo y otra con un talante más personal.
Nuestra tarea como educadores, padres o profesionales de la educación, tiene este efecto incubador. Facilitar el ámbito adecuado, el calor envolvente, para que cada persona pueda ir creciendo en su ser, en su adentro, facilitando la rotura de la cáscara. Una rotura que proviene desde el interior y a su tiempo. Los programas, los métodos, el acompañamiento, los consejos… son coberturas externas que acompañan los procesos de las personas. Cada persona tiene su ritmo, su ciclo, su tempo, su velocidad. El objetivo final no es que se apeguen y se adhieran a nuestro talante generando dependencias. Los padres, o los educadores, deberán ser cauces facilitadores cuyo objetivo será la liberación de esa fuerza interior que late en cada persona. El efecto incubador de los programas o planes tiene su tiempo, por tanto, son provisionales, pasajeros, con fecha de caducidad. Esto no les quita el enorme valor que tienen dentro de esa provisionalidad. Sin ellos, el desarrollo vital posiblemente hubiera sido más difícil, o no se hubiera dado. Es importante no perder este foco en el proceso. Lo prioritario, en el centro, la persona y su danza, con sus rítmicos y genuinos movimientos.
A nivel personal, todos necesitamos tiempos de silencio y soledad para ir madurando por dentro. El crecimiento interior no requiere vistosos fuegos artificiales. Es lento, pausado, con ritmo moderado. Pasito a pasito. Las grandes batallas se libran en el interior de uno mismo. La victoria interna es la que hará más sostenible la victoria externa. Las grandes cosas siempre comienzan desde el interior.
Un último comentario referido a los huevos de Pascua. Se asocian con la fertilidad, con la continuidad del ciclo de la vida. Siguiendo con la metáfora del huevo aplicado a las personas, todos tenemos una enorme fertilidad dentro de nosotros mismos. Generamos y somos vida, y una vida fértil. Aún en épocas en las que parece que la vida se esconde, como sucede en la naturaleza con las estaciones, nuestro ser sigue creciendo, se sigue preparando para la gran eclosión. No pensemos que es en un futuro cuando se manifestará todo su esplendor. Hoy, este momento, este instante es el tiempo adecuado para esa explosión vital. Cada una de nuestras actitudes y conductas serán muestra de esa ebullición de vida que late dentro ansiando expresarse para ser compartida. No hay vida fecunda en solitario. La vida compartida es más vida porque el ciclo de la vida es expansivo.
Cuidemos, acompañemos, creemos un ambiente cálido a nuestro alrededor para que todas las personas con las que nos relacionamos frecuentemente puedan expresar amablemente la enorme vida que llevan dentro. Todos somos vida, nos movemos en ella y existimos por ella. Rompamos, desde dentro, la cáscara y seamos generadores de vida fértil.