Por ellos
Fue hace un año. En una boda. Empezaban a ceder las mordazas de la pandemia y se podían celebrar ya con algún desahogo. El padre de la novia de acompañante de la protagonista pasó a testigo de un “sí, quiero”, resuelto a vivir el tiempo con el sello de lo eterno. El amor es así. Con el cóctel, las distancias cortas, palmada en el hombro, abrazo efusivo, confidencia fugaz al oído. Pero con él (el buen amigo de los novios que había logrado con la palabra acogedora justa situar a la asamblea en el umbral del sacramento) no fue así. En medio del fugaz saludo se detuvo el tiempo. La enseñanza nos tenía abstraídos. Soltó la pregunta. ¿Y profesor de Religión por qué? ¿Cómo condensar en respuesta breve casi medio siglo consagrado a la escuela? Por ellos, le dije. En los momentos más duros, que no fueron pocos, y en los más dulces, siempre se me aparecían aquellos adolescentes en el momento de su gestación, o recién nacidos, cuando sus padres vivían para ellos los más grandes y mejores sueños. Ninguna asignatura como Religión (y he dado otras) se puede permitir el lujo de mantener esas expectativas intactas, y superarlas, incluso cuando la decepción las ha ido royendo o están destruidas del todo. Ninguna como Religión para llevarlas más allá de lo imaginado. Los propios alumnos eran prueba fehaciente, gloriosa, cada vez que vivían un pequeño alumbramiento. Lo ratificaba la alegría resucitada de unos padres testigos del pequeño gran milagro. ¿Qué pasa en Religión que mi hijo no para de hablar de ella? Rompía derivas de decepción resignada. Ayudaba a mantener y avivar esperanzas. Eran las arras de los invitados al banquete de bodas del Cordero. Por ellos, le dije al amigo de los novios; por su derecho a una educación integral. Resultó que era psiquiatra, aunque yo solo hablé con el amigo. No sé si a esto se le puede llamar situación de aprendizaje, pero desde luego yo aprendí de lo vivido.