ENFERMEDADES DEL CUERPO, ENFERMEDADES DEL ALMA
La mente y el alma que nos habita, pueden convertirse en un auténtico paraíso o en un demoledor infierno.
Las enfermedades del alma, las mentales, no tienen que ver, la mayoría de las veces, con el afán de superación, con la fuerza de voluntad, con aprender a vivir la vida según llega y viene, con jugar las cartas que te han tocado de la mejor forma posible. La mente y el alma enferma tienen que ver, muchas veces, con la bioquímica, con conexiones cerebrales que no funcionan como deberían, con hormonas, también con anhelos, con historias y con expectativas, con ideas erróneas, con falsas creencias, con destinos escritos con tu puño y letra, con heridas pasadas y mochilas cargadas. Las enfermedades de la mente, la salud mental, es un camino difícil y oscuro, que puede afectar a todo y a todos. Nadie está libre.
Pasamos del “anímate, supéralo, mira el sentido positivo de la vida…”, a ser enjuiciadores duros, implacables, de cómo deben vivir las personas su existencia. Antes de enjuiciar, despreciar, apartar, hay que darse cuenta de que, en estas situaciones, habla y actúa la enfermedad y no la persona.
Hablamos de dolencias no visibilizadas, no contadas, no expresadas, vividas con vergüenza, con temor al qué dirán, a cómo lo interpretarán los demás. Parece que son enfermedades donde la responsabilidad del enfermo, en su causa y curación, es mayor. No es así, no más que en el resto.
La sociedad del bienestar, de la eterna juventud, de la búsqueda de la felicidad absoluta, de los happy face, del todo está bien, del gusto por los mensajes fáciles, buenistas y motivadores, esa sociedad hoy ahoga y oculta, porque no se enfrenta a la vulnerabilidad, a la debilidad, al sufrimiento, porque eso no está bien, no va con la vida perfecta que aparentamos o soñamos.
Desde ahí, se invisibiliza lo que esconde la depresión, la esquizofrenia, la psicosis, la obsesión, la ansiedad, las personalidades diferentes, la neurosis. Lo que esconden, muchas veces, supone enredar a estas personas en su propio mundo, no tener fuerzas ni capacidad para devanar la madeja, para que la vida vuelva a fluir.
Y cuando no puedes con la vida, la vida te quita de en medio, te aparta, te deja en los márgenes y, a veces, ni tú mismo lo soportas y entonces eres tú el que decides quitarte del medio. No quieres morir, quieres dejar de sufrir. No quieres hacerte daño, quieres sentir algo o sentir un dolor más fuerte que aquel con el que habitas a diario.
A los problemas de salud mental no sabemos mirarlos de frente, cara a cara. Te has preguntado alguna vez: ¿con qué nos enfrenta? ¿qué miedos saca a flote?
El amor, la cercanía y el cariño ayudan, sin duda, en el camino de la sanación. El amor, no sólo, pero sin él tampoco, puede coser fragmentos de esas alas rotas. En cualquier caso, siempre hay esperanza, Antonio Machado lo expresa muy bien cuando dice: Creí mi hogar apagado, y revolví la ceniza… Me quemé la mano.