Europa y Religión (1)
No todos los docentes saben que, en los últimos treinta años, diversos organismos europeos han publicado no menos de una veintena de documentos relativos a la relación entre religión y escuela.
Los temas más recurrentes de estos documentos son: libertad religiosa, religión y derechos humanos, religiones y convicciones no religiosas, religión y ciudadanía democrática, diversidad religiosa, pluralismo religioso e inmigración, lucha contra el antisemitismo, la islamofobia y la cristianofobia, etc. Se trata de un notable corpus enciclopédico de directrices jurídico-políticas que interpretan derechos y deberes de los ciudadanos, dictan normas y valores para los currículos y aclaran límites y competencias de Estados e Iglesias. Europa no es ni pretende ser un superestado, ni, menos aún, una “Iglesia” alternativa. Sin embargo, de sus organismos cualificados emana un “magisterio” ético-pedagógico colateral, aunque no en competencia con el poder político de los Estados ni con el magisterio doctrinal de las Iglesias.
La legitimidad de estas intervenciones se funda en múltiples razones. La primera reside en que el hecho religioso, además de un hecho de conciencia, es también un hecho histórico, social y cultural, y la escuela de los países democráticos no puede ignorarlo con el pretexto de que la religión sea solamente competencia de las Iglesias o de que solo pueda interesar a la vida privada de los individuos. La segunda razón estriba en que las sociedades europeas, que en el pasado eran más o menos monoconfesionales, se han vuelto cada vez más multirreligiosas. Ahora bien, tales sociedades, para no disgregarse, necesitan encontrar un consenso en torno a valores e ideales comunes. Esos valores e ideales (que son de origen humanístico, filosófico, ético, étnico, aparte de religioso) son puestos en confrontación y cultivados, sobre todo, por la escuela pública.
Para promover tales valores comunes, Europa no dispone de un sistema escolar propio, pero tiene el poder de orientar las políticas educativas de los Estados miembros. De ahí las directivas de las autoridades europeas destinadas a los ministerios nacionales para que puedan apropiarse críticamente del problema educativo (incluso, del problema de la instrucción ético-religiosa) y adecuar consecuentemente los currículos de las disciplinas.
El Consejo de Europa y la religión
El organismo más activo en el ámbito de la política cultural es el Consejo de Europa, con sede en Estrasburgo. Fundado en 1949, es un organismo intergubernamental integrado por cuarenta y siete Estados. Su misión es garantizar a los ciudadanos europeos la democracia, los derechos humanos, la justicia, la educación y la información. A través de su Asamblea Parlamentaria y del Comité de Ministros, emite directivas, resoluciones o recomendaciones. Su valor no es políticamente vinculante, sino solo orientativo y, por tanto, de una influencia limitada en las políticas educativas nacionales.
Antes de los años noventa, el Consejo de Europa había evitado entrar en temas de religión, recordando que, para vivir en paz, el Viejo Continente había pagado un precio altísimo: por un lado, las guerras de religión, que dividieron vastas regiones del centro y norte de Europa sobre la base de las diferencias entre católicos y protestantes; y, por otro lado, el atroz exterminio de los judíos en el Holocausto. Pero la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (1959) y, por último, la Carta de los Derechos fundamentales de la Unión Europea (2000) se han convertido en la base normativa para tratar acerca de la religión en el espacio público. Europa, si habla de religión, lo hace desde el punto de vista jurídico, y no teológico. En efecto, frente a las Iglesias, Europa adopta una posición de neutral imparcialidad, aunque manteniendo abiertos muchos canales de diálogo y de mutua cooperación.
Ahora bien, en la práctica, ¿qué les dice Europa a los que trabajan en la escuela como encargados de la didáctica religiosa? ¿Con qué atenciones culturales deben acercarse los docentes de Religión o de Ética a los jóvenes (a quienes algunos definen como “poscristianos”)? ¿Cómo pueden enriquecerse los currículos nacionales con las sugerencias de los expertos supranacionales? La respuesta vendrá en el próximo artículo de esta serie.