Redes sociales y fraternidad
Hace poco, se estrenó el documental The social dilema, que combina testimonios de referentes de la industria tecnológica con escenas de ficción que buscan mostrar la influencia de estos medios sobre las personas comunes y corrientes.
Son muchos los temas que se abordan en esta película, que van desde desenmascarar las supuestas motivaciones que persiguen estas plataformas de comunicación, como las consecuencias que traen en las conductas de cada uno de los usuarios. Creo que es un material interesante para traer a nuestros ámbitos educativos el debate sobre el uso que le damos a estas herramientas de comunicación. Pero, mientras lo miraba, hubo un tema que me resonó de un modo especial. Las distintas personas que hablan sostienen que la falta de regulación que tienen las redes en relación a la difusión de noticias falsas, teorías conspirativas y narraciones manipuladoras es, por un lado, funcional, al fin que se busca generar ganancias manteniendo a la gente más tiempo conectada, al mismo tiempo que tiene efectos en la vida real, de lo que se muestran varios ejemplos al respecto. Parecería que este mecanismo lleva a la desconfianza social y a acentuar el odio hacia quien no piensa como yo o mi grupo. La famosa “polarización” (o, como se dice en mi país, la “grieta”) que muchas sociedades vieron profundizarse en estos últimos años encuentra en las redes sociales un lugar privilegiado para su crecimiento.
En estos días, estamos conociendo la nueva encíclica sobre la fraternidad y la amistad social y, en ella, Francisco hace un diagnóstico similar sobre las consecuencias que puede tener el uso de las redes. Habla de la “ilusión de la comunicación” que pueden ofrecer los medios digitales que obstaculizarían el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas. En ese sentido, afirma que “la agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación sin igual” (44). También sostiene, como se dice en el documental, que, “en el mundo digital, están en juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios” (44). El camino que propone el Papa frente a este escenario, y en general para construir la fraternidad y la amistad social, es el del auténtico diálogo social, que “supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos” (203).
Redes orientadas al encuentro
Parte del dilema que se plantea en el documental es cómo nos vamos a manejar en un escenario en el que cada vez va a haber más interacciones por estos medios, no menos. En un año como el que estamos transitando, en el que no nos quedó otra alternativa que utilizar estos medios de comunicación para evitar el aislamiento, cabe más que nunca preguntarnos: ¿hay un uso posible que permita superar los aspectos más negativos? Francisco plantea que estos canales de comunicación pueden hacernos sentir más cercanos los unos con los otros, ayudarnos a percibir “un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos”. En relación con eso, nos dice que “internet puede ofrecer mayores posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos; y esto es algo bueno, es un don de Dios” (205).
Considero que los que compartimos la vocación por la educación no podemos dejar de tener en cuenta que una parte importante del desafío de formar con un sentido de fraternidad y amistad social pasará por ayudar a los niños y a los jóvenes a que puedan utilizar las redes sociales orientadas “al encuentro generoso, a la búsqueda sincera de la verdad íntegra, al servicio, a la cercanía con los últimos, a la tarea de construir el bien común” (205). Sin duda, como dice el Santo Padre, citando a los obispos de Australia, “no podemos aceptar un mundo digital diseñado para explotar nuestra debilidad y sacar afuera lo peor de la gente”.