Cuenta una anécdota que se convocó a varios escultores y se le entregó a cada uno una barra de jabón con un cuchillo. Después de una hora, la mesa estaba llena de restos de jabón. Cada artista fue presentando el resultado de su trabajo. Todas las figuras eran distintas, cada una con su belleza particular, fruto de la habilidad y la inspiración de cada escultor. Lo más curioso, lo más sorprendente, y también lo más sugerente, es que para que esas figuras pudieran existir, los artistas tuvieron que desprender, quitar, despojar del inicial trozo de jabón los pedazos que le sobraban. Minuciosamente, con cuidado y con lentitud, habían ido raspando todo aquello que envolvía la figura. Intuitivamente, y con su genuino arte, fueron descubriendo lo que estaba escondido. Fueron sacando a la luz las distintas imágenes veladas. Su arte reveló la belleza interna oculta a simple vista. Fue necesario un trabajo artesanal para conseguir su objetivo.
Este procedimiento, este método de ir quitando lo que sobra, debe ser importante, ya que es utilizado con frecuencia también en el arte. Miguel Ángel, el famoso arquitecto, escultor y pintor italiano renacentista, tiene una historia interesante respecto a su emblemático David. El mármol más apreciado por los escultores renacentistas era el de Carrara, una ciudad italiana. En sus canteras, allá por el cinquecento, se sacó una pieza especial que medía 5 metros de alto. Los canteros lo llamaban “El gigante”. Varios artistas lo estudiaron, pero ninguno se atrevió con él. Este enorme bloque se olvidó en un agujero, quedando la pieza casi inservible y comido por la maleza.
Miguel Ángel, en 1501 cuando tenía 26 años, se pasó mucho tiempo mirando el enorme bloque. Dio vueltas a su alrededor durante meses. El artista ya estaba esculpiendo. “He visto el Ángel en el mármol y he tallado hasta que lo he dejado en libertad. Miguel Ángel definía su trabajo como simplemente liberar o hacer salir la forma que ya estaba ahí. Cuatro años se pasó Miguel Ángel esculpiendo la obra. A las pocas semanas de comenzar, el escultor pidió que levantaran cuatro muros alrededor del bloque, para poder protegerlo de los curiosos. El caso es que cuando al fin se mostró la pieza y se derribaron los muros, la gente quedó estupefacta al contemplar tanta belleza. Su tarea consistía, como él mismo dice, en eliminar de la mole de mármol todo aquello que le sobra, sacando a la luz la excelente figura bíblica de David preparándose para enfrentarse a Goliat.
En el trabajo artístico con la madera sucede los mismo. La madera se talla mediante un proceso de desgaste y pulido con el propósito de darle una forma determinada. El tallista va desprendiendo del basto volumen inicial de madera lo que sobra para ir alumbrando hermosas figuras.
¿Qué aprendizajes podemos extraer? Cada uno de nosotros somos un trozo de jabón, de mármol o de madera y está en nuestras manos qué hacemos con nuestras vidas. Tenemos distintas, y casi infinitas posibilidades de crear, de construir, de moldear. El resultado depende de nosotros. Nosotros somos nuestros propios artesanos, escultores o tallistas.
Debemos recordar la técnica utilizada. Puede ser que en nuestras vidas nos estemos empeñando en acumular, en guardar, en añadir, en sobreponer. Pero, tal vez, el secreto de la felicidad, y de la auténtica realización personal, no esté en añadir, sino en desprender, en soltar, en desasir. Desprendernos de “lo que nos sobra”, lo mismo que hacen los artistas con el jabón, la madera o el mármol, para “dejar libre” nuestro ángel interior, como dice Miguel Ángel. Soltar libera.
Tal vez uno de los componentes imprescindibles de la felicidad sea el desprendimiento. Éste alumbra nuestra belleza interior y elimina todo lo que sobra para dejar que se manifieste nuestra hermosa belleza interna. Somos los constructores, tallistas, escultores de nuestra propia vida.
Cabe preguntarse: ¿De qué tengo que desprenderme para que, poco a poco, se vaya manifestando mi belleza interior con toda su fuerza y originalidad? ¿Necesito tanto para ser feliz?