Parece una broma o una tomadura de pelo de los responsables de las diferentes Administraciones educativas. No se puede entender que la puesta en marcha de una ley de educación se convierta en una charlotada en la que todo da igual. En algunas comunidades autónomas, los jefes de departamento ya están entregando las programaciones didácticas sin que nadie les haya explicado en qué consiste el cambio curricular que se propone en la LOMLOE y las consecuencias que han de seguirse sobre la acción docente. Pero da igual. Lo único importante es cubrir la plantilla, con todos los campos, y enviarla a la inspección. En otras comunidades, las competencias específicas se convierten en objetivos de área, porque sí; en otras, a los saberes básicos se les llama contenidos; en otras, se rompe la unidad de las enseñanzas básicas y se une la Secundaria con el Bachillerato; en otras, no aparecen, prácticamente ni citadas, las situaciones de aprendizaje y se presentan como una pedagogía más, y no como el currículo enseñado; en algunas, los indicadores de logro no se vinculan a las situaciones de aprendizaje; en otras, lo que era de etapas se trabaja por cursos… y así. El problema no es que vayamos de una ley a otra, sin consenso, el problema es que la educación, en el fondo, parece que les da igual: no deja de ser un recurso político más para la demagogia. No podemos contagiarnos ni dejarnos llevar por la indolencia y el desapego con los que se está gestionando el presente de la educación.
Nuestra asignatura tiene que seguir profundizando, en el marco del modelo competencial vigente, en el valor y alcance de sus contribuciones educativas en un momento tan crítico. La implicación y participación del profesorado en la formación propuesta por las delegaciones diocesanas, la celebración de jornadas y congresos específicos demuestran que hay ganas de acertar y de trabajar. Hay que seguir.
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Director de Religión y escuela
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