Un currículo emocionante para el profesor de Religión
Vuelta a las aulas. Llenar clases, dar vida a los pasillos, jugar en los recreos. Vuelta, pero con la novedad de la LOMLOE entre manos, sin saber muy bien qué hacer o cómo, con las incertidumbres propias de todo cambio, aunque un poco más de lo deseado por la precipitación y la premura de las decisiones del legislativo. Una vez más, sin duda, los profesores sacaremos adelante la educación.
Me gustaría que viéramos, desde la asignatura de Religión, el curso como emocionante. El reto -también metodológico- lo doy por descontado. Siempre ha sido para nosotros algo presente y vivo, que no ha venido regalado socialmente. Y es que, si buscamos en la Ley la palabra “emoción” aparecerá más que muchas otras.
Nuestra época se ha tachado de blandita, complaciente, individualista, light, fragmentada, incoherente… Algo que muchos resumen -ya muy repetidamente- como “líquida”, apelando a la acertada metáfora de Bauman. Otros han pasado a considerarla “gaseosa”, “vaporosa”, “difuminada”. Lo que es cierto, independientemente del juicio que se haga sobre su recepción, es que la humanidad ha recuperado de modo muy significativo un discurso sobre la cordialidad, el cuidado y el bienestar personal. Se puede percibir el cambio antes de la pandemia, cuando la vida de la ciudad, anónima y solitaria, comenzaba a colapsar y se alzaban voces diferentes. Pero con más intensidad se ha dicho después.
En este contexto, la traducción de la obra de Steinbock sobre “Emociones morales” (Herder, 2022) nos ofrece una nueva perspectiva. Más sabia, a mi entender. Mucho más sabrosa que la vuelta y revuelta estética de uno sobre sí mismo para satisfacer y llenar lo infinito humano en una suerte de sisifismo. Cierto que no es el único. En la misma línea, Husserl -de quien bebe- también ofrece descripciones muy interesantes en su curso de “Introducción a la ética” (Trotta, 2020) contra una suerte de hedonismo creciente y enmascarado en la cultura occidental. Pero el profesor de New York nos brinda la oportunidad de reconsiderar las emociones en con una valencia de apertura y relación que, normalmente, no se ha cultivado.
Por eso, un curso y una clase emocionante. Si atendemos al currículo de Religión, tan bien trabajado y trabado con lo esencial de la Ley, no es tanto la persona la que está situada en el centro con sus capacidades, sino sus relaciones -todas ellas, tan diversas como sean- en conexión con una razón teológica. La gran crisis de nuestro tiempo en educación, como muchos trata de reflejar, no es metodológica o de medios, sino de comprensión de la persona; el problema de nuestro tiempo es antropológico; o, mejor dicho, de una antropología tan centralista que se ha vaciado de sentido, significado y significatividad. En no pocos esquemas educativos el alumno se toma como un producto que moldear o modelar, como un pretrabajador con más o menos dignidad en un escenario incierto, pero competitivo hasta la barbarie y toda cosificación posible.
Poner en primer plano las emociones, como Steinbock sugiere, como fuente de identidad personal que se va tejiendo en la relación con los otros, cercanos o no, y, en esa dirección, abierto a la trascendencia y capaz de acoger la noticia de un Dios amoroso, misericordioso, paciente y que despierta una relación de filiación en la persona que entra en relación con Él a través de la vida, enseñanza y obra de Jesús de Nazaret, es una oportunidad enorme para replantear el sentido de la clase. No como aportación a su bienestar, no como un producto más de consumo, sino como acontecimiento y ocasión para que cada niño, niña y joven (y compañeros de otros departamentos igualmente) se pregunten por la fuente de su dignidad, por la llamada que hay en cada relación, por su situación y su capacidad de entrega a otros en servicio y amor.
Ánimo y buen curso a todos.
Emociones morales
El clamor de la evidencia desde el corazón
Editorial: Herder Editorial
ISBN: 9788425448881
Publicación: 06/2022
Número de páginas: 469