Huele a libro
Cuando se publique esta columna, estaremos inmersos en el mes del libro, abril, que merece ese nombre porque se conmemoran en numerosos países las muertes de dos grandes escritores: Shakespeare y Cervantes.
Por: Junkal Guevara
Así, en abril se entrega el Premio Cervantes; se celebran ferias como la de Madrid y certámenes literarios varios. Vamos, que como aquel eslogan: “Abril, huele a libro”, aunque, la verdad, con esto de los libros electrónicos (que yo devoro), la frase va perdiendo su sentido. En todo caso, abril me brinda la ocasión de hablar de los libros y de la lectura, aunque también los libros y la lectura parecen cada vez más inteligibles para nuestros contemporáneos. Ojo, y no es que la gente no lea; no hay usuario del transporte público que no vaya leyendo letras o imágenes en su móvil. De hecho, a la vista de la ortografía de muchos mensajes de WhatsApp, en los que la “k” se ha hecho reina y señora de las consonantes, la exégesis es una ciencia tan popular que se ha renombrado, que hoy llamamos “texting”. Ahora bien, el texting ha cambiado la comprensión de lo que la lectura es, porque, si bien, como ella, nos permite “beber de las fuentes que la mano de otros te ofrece; encontrar historias y vidas afines y distantes” (@horten67), lo hace tan escasa, superficial y rápidamente, que cuesta aceptar que te permita establecer una relación de estrecha amistad con los libros “amigos, amigos inapreciables, inteligentes”, que es lo que, en mi opinión, distingue a la lectura como afición.
Y, sí, a mí me gusta leer; me ha gustado siempre. Y, sí, en todo libro encuentro un amigo; a veces, buen amigo, y otras veces, regulero. Leer me sienta con mi amigo, y en ese ratito que pasamos juntos, largo o corto, nos lo contamos todo, y es que, cuando leo, ando con mi amigo recorriendo mundos, sufriendo desgracias, viviendo aventuras locas o, simplemente, escuchando la dulce música de la lengua bien utilizada. Así que no es raro que me haya dedicado a la Biblia porque, qué si no que libros, es lo que encontramos en ella, y como tales, amigos, eso sí “antiguos” amigos; en lenguas un tanto extrañas; de mundos lejanos a nosotros; pero, en todo caso, “amigos que endulzan el alma con sus buenos consejos” (Prov 27,9), porque se han escrito para “creáis que Jesús es el Mesías, y, para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31).
Trabar una profunda amistad
De modo que, queridos maestros, ahora que “huele a libro”, “me vengo arriba” y apuesto por la lectura, atreviéndome a proponeros que penséis con valentía en cómo enseñar a leer, a hacer amistad con los libros, sin resignaros al texting. Ayudad a trabar profunda amistad con los libros, a apreciar su inteligencia, su humor, su sonoridad. Pensad cómo desarrollar la competencia en comunicación lingüística “a la altura del tiempo”, quiero decir, remando contra el texting, que, como el deporte y la amistad, exigen esfuerzo: entrenando, cuidando la dieta, sacrificando otros ocios. Buscadle la vuelta a la lectura de la pantalla, porque ¿qué seríamos nosotros sin amigos? A lo mejor, hay que conocer mejor a sus amigos libros de la misma edad; es posible que unos sean gordos y otros flacos; quizá son extranjeros, y hablan un español de otro. No sé; pero, más que nunca, hay que empeñarse en la lectura. Sola Scriptura, reclamó Lutero intentando sobreponerse a la falta de lealtad de los cristianos con sus amigos los libros (la Biblia), que esta colección, precisamente, fue el corazón de la controversia. No era raro; quince siglos antes, también los libros, por haberse traducido al griego para difundir su amistad, quebraron la sólida unidad de los judíos y, hasta hoy, hay amigos de la Septuaginta o de la Tanaj. Como en la vida; romper una sólida amistad por abrirla a otros para que no pierda su oxígeno es un peligro de la lectura.
Huele a libro, y huele bien; aprovechad su fragancia para enamorar a los alumnos con la lectura, y, de paso, si andáis últimamente perezosos de amistad literaria, leed también vosotros algo más que la pantalla del móvil. Y, ya que estamos, queridos profesores de Religión, leed la Biblia, porque su amistad os hará mejores personas, porque, como aquellos libros que recordaba Pi Patel cuando navegaba con el tigre, podréis leer sus relatos una y otra vez con nuevos ojos e interpretaciones cada vez más frescas. Es Dios quien imprime en la Biblia una historia de amistad; seguid el olor de su perfume que veréis que no cansa.
Huele a libro, y huele bien; aprovechad su fragancia para enamorar
a los alumnos con la lectura