Por: Junkal Guevara
El proceso desde que te das cuenta de que algo falla hasta que vuelves a tu casa con el coche reparado tiene unos momentos que, si lo pensamos, son bien sugerentes, aunque, esta vez, quizá porque la factura ha sido imponente (al menos para mi presupuesto), he pensado un rato en esta cuestión de la reparación, imagino que porque la “cultura de las víctimas”, que es algo de lo que se escribe recurrentemente a propósito del terrorismo de ETA, me está haciendo pensar. Supongo que muchos recordamos todavía los pasos para hacer una buena confesión que nos enseñaron allá por la catequesis de primera comunión: examen de conciencia; dolor de los pecados; propósito de enmienda; decir los pecados al confesor; y cumplir la penitencia. Quiero pensar que, si seguimos practicando el sacramento (aunque he leído que “está clínicamente muerto”), más o menos, nos preparamos y algunos de esos pasos damos. Pero resulta que, de vuelta del taller, he caído en la cuenta de que, en sí, la “reparación”, como tal, no estaba explicitada en el itinerario que nos enseñaron en catequesis. Ahí estaba la penitencia, pero no pasaba de rezar algo o, como mucho, estar alerta, examinarnos con más frecuencia, etc., pero de “reparación”, como tal, no parece que se nos hablara mucho.
Ahora bien, en el proceso de i/v al taller, lo gordo ha sido la “reparación”; es decir, las horas de trabajo de taller, de búsqueda de piezas y soluciones para devolverme el coche flamante, o con menos fuegos artificiales que cuando lo llevé. Y es que ahí está el tema; porque, como tantas cosas en nuestra manera de vivir el compromiso de la fe, la reconciliación se ha quedado en el “yo, mi, me, conmigo”, y a la víctima de nuestros pecados, real y, ahí, delante de nosotros (familia, comunidad, trabajo, vecindario y, por extensión, relaciones sociales de mirada larga o corta), en general, le hemos prestado una mínima atención. Pero yo me he llevado el coche “reparado” y, gracias a eso, he podido retomar el ritmo de mi vida habitual, con un agujero en la economía; eso sí. Este es el punto en el que quiero que las luces, no las del salpicadero del coche, sino del “ordenador de a bordo” de mi vida, se enciendan.
Reconstitución y reconocimiento
Y es que los estudios acerca de la reparación nos enseñan que “se trata de un proceso político que busca la reconstitución de la comunidad política y un nuevo equilibrio en la sociedad en el que las víctimas sean reconocidas como tales y pasen a ocupar un papel en el espacio político y social”. Dos puntos interesantes: reconstituir la comunidad política y reconocer a las víctimas. Y es que cuesta advertir que nuestro pecado debilita, enferma, necrosa y obstruye la circulación sanguínea que da vida a la sociedad de la que somos miembros; la envidia; la difamación; la falta de honradez; la mentira; etc. carcomen y corrompen nuestras relaciones y extienden una anemia que nos hace cada vez más incapaces de levantar nuestra mirada hacia el otro, y de trabajar por su dignidad y su bienestar. No solo eso; no acabamos de advertir que las víctimas son cosa nuestra, porque se han convertido en tales por nuestro pecado; no son como la COVID-19 que se ha alojado entre nosotros para convertirse en una obligación del Estado. Solo nuestro reconocimiento puede, de verdad, reparar el daño que les hicimos.
Así, en el taller de la vida, solo es posible reconciliarse si en el proceso incluimos la reparación de los vínculos sociales y el reconocimiento a las víctimas. Y digámoslo: esa es la parte más cara de la factura, porque cuesta; hay que cambiar piezas de nuestro motor, o limpiarlas, o ajustarlas, y eso lleva tiempo, sinceridad y humildad. Pero solo así, el vehículo que somos nosotros puede volver a circular con normalidad y retomar el ritmo y el papel que desempeñamos en esta historia que nos ha tocado vivir. Así que, por si os sirve, queridos maestros, aquí os lo dejo; mirad si podemos plantear la reconciliación de la Cuaresma de este año en esta perspectiva de la reparación, y, de paso, conectémoslo con la “preocupación por la construcción de sociedades justas y democráticas, de fuertes vínculos sociales e intergeneracionales, y con relaciones basadas en modelos de interdependencia”.
En el taller de la vida, solo es posible reconciliarse si en el proceso incluimos
la reparación de los vínculos sociales