Cada vez es más urgente reflexionar sobre la relación entre persona, tecnologías emergentes (digitalización) y bien común. En un discurso del papa Francisco a los miembros de la Pontificia Academia para la Vida, se advierte de que se trata de una frontera delicada, en la cual se encuentran progreso, ética y sociedad, y donde la fe, en su perenne actualidad, puede aportar una valiosa contribución. Sin duda, debemos traer esa reflexión al territorio de la educación y, como sugiere el currículo de Religión, poner en diálogo esos desafíos con la teología.
En su discurso, Francisco señalaba tres desafíos que suponen, también para la educación, las nuevas tecnologías. Primero, el cambio de las condiciones de vida del ser humano que, como contrapartida, hace más intensa y evidente la interdependencia entre el ser humano y la casa común.
Segundo, el impacto en la definición de ser humano y relación. En la red de las relaciones, tanto subjetivas como comunitarias, la tecnología no puede suplantar el contacto humano, lo virtual no puede sustituir lo real y tampoco las redes sociales el ámbito social. El conjunto de elementos considerados hasta el momento nos lleva a cuestionarnos, he aquí el tercer desafío, sobre nuestras formas de conocer, conscientes de que el tipo de conocimiento que se promueve ya tiene implicaciones morales en sí mismo. Nuestra relación con el mundo, con los demás, con el conocimiento, se está viendo desafiada por la digitalización y, en mayor medida, cuando pensamos en nuestros alumnos y el mundo que les tocará habitar.
Es necesario que la perspectiva católica de la educación, que la clase de Religión, contribuya a la definición de un nuevo humanismo que propicie el encuentro entre ciencia, tecnología y sociedad. Somos transmisores de una sabiduría milenaria que puede ayudar en este proceso. Es hora de avanzar en la transdisciplinariedad
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Director de Religión y escuela
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