Es paradigmática la imagen de un Parlamento completamente dividido jaleándose una mitad contra la otra para confirmar que en ningún momento se ha hecho todo lo posible para llegar a un acuerdo sobre educación. Esta ley nació como consecuencia del compromiso asumido por varios partidos de derogar la LOMCE. La LOMLOE, que camina hacia el trámite en el Senado, viene señalada con la misma marca: la derogación. Sobradamente saben los partidos que necesitan politizar, en bruto, la educación para eliminar los análisis finos. La sociedad y la comunidad educativa, sin embargo, vienen reclamando, reiteradamente, consensos sobre educación. Lamentablemente, hay disenso para rato. En el caso de la clase de Religión, la perplejidad es mayor todavía. Tiene mucha trascendencia el gesto inequívoco de la Conferencia Episcopal Española de comprender los retos a los que se enfrentan los sistemas educativos y poner al servicio de la consecución de esos desafíos la orientación de la enseñanza religiosa escolar. Que no acusen de inmovilismo a quien ha dado pasos, ha tendido la mano, ha hecho propuestas y, como se corroboró tras la plenaria, sigue con la mano tendida.
La clase de Religión tiene que dialogar con la cultura y convertir en cultura aquellas novedades del mensaje cristiano que contribuyen, en la escuela, a profundizar en el nuevo humanismo con el que enfrentarnos a los desafíos a los que debe hacer frente la sociedad. En Fratelli tutti, Francisco ha propuesto la parábola del buen samaritano como el indicador con el que leer la economía, la política, etc., y, en nuestro caso, la educación. El currículo, el estilo relacional y la gestión de la convivencia habrán de incorporar la perspectiva del que sufre al corazón de la acción docente. La parábola del samaritano no es una historia piadosa que contar a los alumnos; es, probablemente, el principio pedagógico que justificaría nuestra presencia en la escuela.