Los futuros de la educación
Nuestra tarea como educadores se conjuga en los tres tiempos verbales. Pasado, presente y futuro deben enhebrarse en cada acto pedagógico para no quebrar o disociar el alcance humanizador de la educación. Miramos al pasado, con nuestro alumnado, profundizando en las dinámicas históricas, culturales, morales y religiosas que dan razón de lo presente y que pueden ayudarlo a desarrollarse en plenitud y a relacionarse con los demás, en el “hoy” de sus vidas. Mirar al presente exige no amoldarse acríticamente con los valores culturales dominantes de la sociedad ni tampoco en alargar este (nuestro) tiempo histórico como horizonte estático de referencia para las futuras generaciones. Sin una propuesta de cómo incorporarse y construir futuro, sin encauzar la esperanza, la educación se quedaría reducida a proporcionar una mera capacitación profesional al servicio de la idea de progreso del paradigma tecnocrático. Estamos, en palabras de Francisco, asistiendo a un “cambio de época”, en la que la educación afronta la “rapidación” que encarcela la existencia en el vórtice de la velocidad tecnológica y digital, cambiando los puntos de referencia. La sociedad, y la escuela, está viviendo con perplejidad este momento en el que no es fácil integrar, en un único relato de sentido, el pasado, el presente y el futuro. “¿Qué deberíamos seguir haciendo? ¿Qué deberíamos dejar de hacer? ¿Qué debería reinventarse de forma creativa?”. Las respuestas a esas tres preguntas están detrás del documento de la Unesco Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato social para la educación.
De las respuestas a esas preguntas se seguirán propuestas
que la clase de Religión debe acoger
De las respuestas a esas preguntas se seguirán propuestas y acciones que la clase de Religión debe acoger, ofreciendo, además, su aportación específica. Debemos reivindicar la fuerza configuradora de lo humano y del bien común que transmite la lectura teologal de la realidad y los saberes que propone el currículo de Religión.