La cifra es mareante: 15 000 jóvenes de todo el continente se han reunido en España convocados por Taizé, ese fenómeno espiritual nacido en torno a la figura del hermano Roger. La cifra es más mareante aún cuando coincide en los titulares con el dato de que España es el tercer país con mayor abandono del cristianismo en Europa; pero todos esos jóvenes han encontrado acogida en hogares españoles en plenas celebraciones de fin de año. La cifra es una bendita locura si se tiene en cuenta que vienen desde diversos puntos de la descreída Europa para orar juntos, experimentando
el poder del silencio, la fuerza de la sencillez, la necesidad del diálogo y el encuentro con los demás, respetando su rica diversidad.
Pero, en realidad, la cifra es lo de menos. Lo de más es la experiencia vital y espiritual, cada una de esas experiencias individuales que transforman las vidas de quienes las protagonizan. Y de las comunidades a las que regresan estos peregrinos de la confianza cuando el encuentro termina. Sí, Taizé denomina a sus encuentros internacionales “peregrinaciones de la confianza”, porque esa es la argamasa que reúne todos los elementos de esta bella obra, de este collage inaudito que, sin embargo, funciona como un reloj desde hace décadas, y sigue atrayendo a jóvenes de todo el mundo. Y que, en Taizé, escuchan a Dios y vuelven a confiar en la condición humana y en sí mismos, en el poder de tantos corazones rezando al unísono.
Sean 15 000 o 1500, me pregunto si no deberíamos seguir el ejemplo de Taizé para conectar con jóvenes que estamos perdiendo para la Iglesia y la pastoral convencional. Pero que siguen ahí, urgidos por un mundo cambiante y hostil, ávidos de encuentro con Dios, necesitados de fórmulas sencillas que los ayuden a dejarse habitar por él.
Mª Ángeles López Romero