¿De quién depende la calidad de la ERE?
La escuela llevaba tiempo invocando la palabra innovación cuando vino la pandemia a cogerla medio preparada. El terreno abierto por unos cuantos -no pocos- profesores inquietos que se pusieron en movimiento ha servido para que otros les sigan, sin perderse del todo en la situación. En la historia más reciente diría que han sido tres categorías las que han impulsado la educación, en ocasiones un poco alocadamente: competencias, metodologías y tecnologías.
No ha sido la sociedad, sin más, la que se ha vuelto más exigente con la escuela. Desde dentro también suenan voces que martillean con dos preguntas: actualización y horizonte. Ambas subrayan un mismo peligro: continuar reproduciendo sin mayor sentido una escuela que fue respuesta a una época diferente. Ambas, aunque en desigual medida, buscan su transformación. Por un lado, la simple incorporación de lo que hay en la sociedad siendo permeable a su dinamismo, para no volverse diacrónica o anacrónica en su acción educativa. Por otro, con más visión, se replantean las exigencias tanto en las formas de aprendizaje como en los contenidos mismos que están en la base de ese aprendizaje.
Desde el siglo XX se constata de forma palmaria que la responsabilidad y el impulso proviene más desde los mismos profesores que desde las grandes instituciones. Hay una dimensión profética en el acto educativo que cumplen de modo ejemplarizante quienes no se sienten sujetos a las mismas reglas que el resto y entienden su misión, tarea o vocación en otro sentido. Su ruptura y cuestionamiento es la que abre vías diferentes a lo que siempre se ha hecho así, se ha enseñado así, se ha aprendido así, se ha explicado así. No por inquietudes esnobistas o por afán de significarse a sí mismos, sino para volver al núcleo principal de su tarea: enseñar para que aprendan, ser motivo de aprendizaje.
He ido respondiendo, probablemente con más de un rodeo, a la pregunta que formulo. Creo sinceramente que la responsabilidad primera proviene del mismo educador. Más probablemente con las alteraciones y nuevos paradigmas inaugurados desde finales de siglo anterior. Un profesional deberá ser versátil y, de algún modo, autoprogramable. La calidad de la educación está directamente relacionada con su práctica docente y, a diferencia de muchos quizá, considero que no es tan evaluable como muestran las encuestas o ciertos resultados de satisfacción o insatisfacción.
Ahora bien, no es solo su responsabilidad directa y compromiso personal el único factor a considerar. La estabilidad en el entorno, la confianza y seguridad del sistema, es lo que permitirá en última instancia buenos proyectos con sólidos fundamentos, en lugar de ideas peregrinas que zarandean de un lado a otro a profesores, alumnos y familias. La claridad en la visión de futuro, que corresponde más a la auténtica renovación y al horizonte que se va despejando sucesivamente, no es un ámbito en el que se pueda involucrar fácilmente a un maestro o profesor. Quien ciertamente puede profundizar en lo suyo enormemente, no siempre está igualmente cualificado para visiones más amplias. Sin merma, dicho sea de paso, ni de su profesionalidad, ni de la calidad de su acción. Simplemente, corresponde, a mi entender, a otras instancias igualmente educativas, aunque no directamente implicadas en el día a día. Hoy por hoy, en muchos casos, éstas brillan por su ausencia, se han burocratizado hasta ser más soga que otra cosa o, lamentablemente, han caído del lado del partidismo ideologizado y luchas de poder políticas.
La calidad de la ERE, por hacer un mapa que pueda servir de orientación para el profesor, habría que considerarla en tres grandes dimensiones o aspectos. Primero, la calidad personal del profesor. En este sentido, considero que todo profesor es alguien que debe cuidarse y ser cuidado. Segundo, la preparación académica. Entra dentro de este aspecto tanto su conocimiento y sabiduría, como -añadiría yo- la pasión por lo que aprende y enseña. En tercer lugar, competencia didáctica y pedagógica, con lo que eso supone hoy. Creo que se engloba todo.
Dicho lo cual, ¿qué es y dónde se pone hoy el impulso innovador y renovador, con qué interés y con qué visión? Es más, ¿de dónde proviene ese horizonte, del todo incierto, que es imprescindible? Y, ¿quién asume, hoy por hoy, la responsabilidad sobre esas cuestiones últimas y fundamentales respecto a la antropología, la ética, la idea de sociedad, la verdad o la belleza? ¿No son de algún modo, aunque no se haya dicho lo suficiente, la única novedad a la que debería servir todo acto educativo?