La utopía del cambio cultural
Comenzando un nuevo año, lo normal sería hablar de objetivos, metas, desafíos, sueños, prioridades, etc. Pero se hace un poco difícil en un contexto en el que las certidumbres no sobran y el horizonte no parece muy claro.
A pesar de esta falta de claridad, habiendo transcurrido casi un año de esta situación inédita para el mundo, podemos ir teniendo algunas certezas acerca de lo que fue pasando en este tiempo que nos permiten poder analizar el presente y vislumbrar el futuro. Varias investigaciones han buscado sistematizar lo sucedido en el campo educativo y presentar cierta perspectiva con respecto a lo que viene. Una de estas investigaciones es la que llevó adelante el Banco Interamericano de Desarrollo, que se publicó en diciembre de 2020 con el nombre Reabrir las escuelas en América Latina y el Caribe. Claves y dilemas para planificar el retorno seguro a las clases presenciales. Este interesante estudio plantea que la suspensión de clases presenciales afectó profundamente los sistemas educativos de América Latina y el Caribe y puso en riesgo los avances logrados, perjudicando de manera especial a las poblaciones más vulnerables. A pesar de los enormes esfuerzos realizados para garantizar la continuidad de los aprendizajes, estos se vieron limitados por los desafíos que presentó este marco de crisis y agravados por las desiguales condiciones de acceso a infraestructura y otros recursos que impactan en vastos sectores de la población. Para la indispensable vuelta a la presencialidad, tanto sea de manera completa o con un sistema mixto, hace falta atender a una serie de cuestiones que no podrán llevarse adelante si no se hace algo en relación a las desiguales condiciones de acceso a los recursos humanos, económicos, de infraestructura y de equipamiento requeridos para implementarlas. A modo de ejemplo, el trabajo detalla que “el recurso más utilizado en la región para la educación remota e híbrida han sido las plataformas en línea (85 % de los países las han utilizado). Sin embargo, el acceso a la conectividad y a los recursos tecnológicos en los hogares y en las escuelas es deficiente: el 46 % de los niños de entre cinco y doce años vive en hogares que no tienen conexión a internet; mientras que el 62 % de escuelas primarias y el 75 % de escuelas secundarias disponen de equipamiento informático. Sin duda que si no hay políticas públicas que se ocupen de esta y otras situaciones será muy difícil superar estos condicionantes y se corre el riesgo de profundizar la brecha y desigualdades preexistentes.
Emergencia educativa
Este panorama presentado no hace más que corroborar lo que hemos experimentado o conocimos de manera más o menos directa los que llevamos adelante algún tipo de tarea en el mundo de la educación en nuestra región. Y profundiza un concepto sobre el que el magisterio de la Iglesia ha reflexionado desde Benedicto XVI, pasando por la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, hasta Francisco en nuestros días, que es el de “emergencia educativa”.
Frente a una emergencia de tal magnitud, al punto que algunos la llaman “catástrofe educativa” (como cita el Papa en el videomensaje del quince de octubre), podemos sentirnos paralizados o impotentes. ¿Qué podemos hacer? ¿Por dónde empezar? Seguramente nosotros no tengamos el poder de decisión para llevar adelante las políticas educativas en nuestros países o regiones que permitan ir revirtiendo poco a poco esta situación. Pero, sin duda, podremos contribuir a cambiar aquello que subyace y que, siendo prexistente a la COVID-19, esta crisis vino a profundizar. Hablamos del necesario cambio cultural al que cada uno desde el lugar que nos toca en la educación, y especialmente si lo hacemos desde una identidad cristiana, podemos contribuir generando las condiciones para que se concrete. Francisco nos lo dice con claridad en la convocatoria al pacto educativo global: “Si los espacios educativos hoy se ajustan a la lógica de la sustitución y de la repetición; y son incapaces de generar y mostrar nuevos horizontes, en los que la hospitalidad, la solidaridad intergeneracional y el valor de la trascendencia construyan una nueva cultura, ¿no estaremos faltando a la cita con este momento histórico?”. Si nos animamos a seguir esta utopía, seguramente podremos hacerla realidad.