Si algo llamaba la atención, desde el inicio del congreso, es que todos los participantes, sin excepción, habían entendido el sentido de la jornada. Habíamos sido convocados por la Conferencia Episcopal Española para ser capaces de convenir, después de un proceso de escucha y reflexión, un camino común desde el que responder a los desafíos que se presentan en cada uno de los ámbitos en los que la Iglesia está presente en la educación. Con esa disposición, era previsible que la jornada avanzase, con más éxito de lo esperado, cumpliendo las expectativas y consiguiendo los objetivos propuestos. La selección de desafíos priorizados en cada uno de los ámbitos supone un poco más de luz en nuestra tarea y nos proporciona un punto de encuentro para la acción conjunta. Como ocurriese con el proceso participativo que se siguió para la elaboración del currículo de Religión, este congreso ha puesto de manifiesto que la escucha, la participación y la colaboración deben caracterizar el modo eclesial de hacer frente al futuro de la educación.
No conviene dilatar los primeros pasos para avanzar en el poscongreso. La iniciativa debería corresponder, como impulsora, a la Conferencia Episcopal Española, para que podamos continuar reflexionando juntos a partir de los desafíos destacados y para ser capaces de replicar en cada diócesis el proceso participativo que ha puesto en marcha. El mensaje del congreso ha sido claro. Hemos de avanzar juntos y definir o reimpulsar, desde la comunión de la Iglesia, las estructuras y estrategias que nos ayuden a cumplir con la misión.
Por si quedaban dudas, el mensaje del papa Francisco a los participantes en el congreso no deja lugar a dudas: “Los animo a que sigan reflexionando y caminando juntos, a que valoren su identidad y su fe. La educación es una labor coral, que pide siempre colaboración y trabajo en red; no se queden nunca solos, eviten la autorreferencialidad”. Pues eso.
La escucha, la participación y la colaboración deben caracterizar el modo eclesial de hacer frente al futuro