Practicar el diálogo
Como ciudadanos y docentes europeos, nos interesan tres tipos de diálogo: entre las culturas, entre las religiones y entre los individuos. Son diálogos que se dan en distintos niveles, pero que se entrecruzan.
Desde hace por lo menos tres décadas, la pedagogía escolar se ha dado cuenta de la necesidad del diálogo intercultural. En Europa, no hay hoy ningún currículo escolar que no haya integrado de alguna manera esta perspectiva. Como se sabe, esto se ha hecho urgente a raíz de la progresiva diversificación de las pertenencias culturales de las familias y de los alumnos. No solamente las grandes culturas nativas se han ido mezclando con el proceso de la unificación europea, sino que, en sentido contrario, muchas culturas regionales o subnacionales han intentado recuperar una identidad local, reivindicando su autonomía lingüística, administrativa e, incluso, política. Y a todo ello se ha agregado el creciente fenómeno de la migración proveniente de áreas extraeuropeas. Como es evidente, escuela y universidad han multiplicado sus esfuerzos por repensar una educación pública bajo la consigna del diálogo entre las culturas, condición prioritaria para garantizar una cohesión social sostenible. No obstante, sabemos también que ningún diálogo intercultural puede prescindir de una dimensión religiosa, indispensable para comprender la cultura del otro.
¿El “otro”? En la Europa de hoy, el “otro” es el cristiano que ha recibido tu mismo bautismo, pero pertenece a una confesión diferente; es un monoteísta como tú, pero no llama a Dios con el mismo nombre ni lee tu Biblia; es seguidor de una de las grandes religiones asiáticas; es neófito de una de las tantas nuevas espiritualidades poscristianas y hasta posreligiosas; es librepensador, tranquilamente agnóstico aunque no analfabeto en cuanto a cultura religiosa; o es ateo convencido, que ha cortado polémicamente los puentes con las creencias religiosas.
¡Tan religiosamente diversa y variopinta es la sociedad europea! ¿Qué hacer, entonces? ¿Hacerse la guerra para que triunfe el más fuerte? ¿Ignorarse mutuamente, dejando que cada uno se encierre en la coraza impermeable de la propia “verdad”? ¿O será más bien que debemos mirarnos a los ojos y reconocer la básica e inalienable condición humana que compartimos? Y, una vez que nos hemos reconocido como dotados de la misma dignidad, comenzar a dialogar con los diversos interlocutores sobre nuestras legítimas raíces e identidades, sobre la igualdad de derechos y de deberes y, por qué no, sobre las semejanzas y diferencias de nuestras creencias religiosas y convicciones no religiosas. Y, cuando los hijos de esta sociedad religiosamente multicolor entren a poblar las aulas, ¿cuál será la tarea primaria de la escuela sino enseñar el alfabeto del hecho religioso, iniciar en la gramática del diálogo interreligioso y generar responsabilidad respecto de la ética de los valores y de los comportamientos normativos que se han de adoptar entre individuos?
Didáctica de la interconvicción
Por eso, hoy la educación escolar europea debe inventarse una didáctica de la “interconvicción”. Esto significa alentar a los alumnos a expresar libremente sus propios pensamientos y emociones, sabiendo indicar los motivos y los caminos por los cuales cada uno ha llegado a compartir determinadas convicciones o, eventualmente, a cambiarlas; significa saber escuchar e interpelar a los compañeros de clase cuando exponen con sinceridad sus convicciones; significa apropiarse mutuamente de la riqueza que proviene de los testimonios de unos y otros; significa que también el docente de Religión debe ser el primero en practicar una confrontación serena y constructiva entre sus propias convicciones y las de la clase. No es de extrañar, pues, que en Alemania exista desde hace años una enseñanza religiosa biconfesional entre clases católicas y protestantes, que en Rumanía el currículo de educación religiosa ortodoxa se desarrolle en un área disciplinaria que une Historia y Educación para los Derechos y los Valores Humanos o que en Francia el hecho religioso se estudie como dimensión cultural de las distintas asignaturas del currículo obligatorio.
En el fondo, también las religiones, aun sin ser democracias, deben aprender las reglas de la comunicación democrática. Estas reglas pueden y deben aprenderse y practicarse desde los bancos de la escuela.