Tras otra ley de educación
Jesús Mª Villaverde Beato, profesor de Religión y suscriptor de la revista, nos hace llegar sus impresiones después del envío al Senado de la nueva Ley Orgánica de Educación.
Creo que es ésta la octava Ley de Educación que se “perpetra” en los cortos años de la democracia española. Diríase que no acertamos a encontrar una que realmente nos “eduque”. Y, al igual que otros muchos, nos preguntamos por qué cada cuatro u ocho años se estrena para nada una nueva ley de Educación.
Pero más que entrar en el porqué de tanto frenesí me parece interesante pensar en las muchas lecciones – todas ellas nefastas – que se pueden extraer de este proceder enfermizo y extraño.
Sea la primera reconocer que tenemos una clase política en muchos aspectos muy alejada de lo que debería ser. Individualmente, los militantes de todos los partidos están de acuerdo en que hay que hacer un pacto global sobre la educación. El problema es que esta convicción cesa en el momento en que uno de los partidos llega al poder. En ese momento la convicción dominante es que “nosotros”, nosotros solos, vamos a elaborar esa esperada Ley de Educación. Así nos va.
Sea la segunda que esos partidos políticos, o sea, todos, llevan muy mal el tema de llegar a acuerdos. De sus labios, a tiempo y destiempo, fluyen dulces palabras que hablan de consenso, diálogo, entendimiento mutuo. Pero, decididamente, son sólo palabras. Por eso cuando llegan al poder se niegan a acordar, a consensuar y a pactar. Es verdad que, a veces, en un intento de engañar, piden opinión pero las opiniones recibidas tienen un mismo destino: el olvido.
Sea la tercera la dificultad que tienen algunos políticos para entender que su papel no es el de suplir a los ciudadanos sino el de cooperar con ellos y suplir sus deficiencias. No atenerse a ello explica que en ocasiones el Estado se muestre celoso de las iniciativas y libertades ciudadanas. No atenerse a ello explica que se intente mermar la libertad de los padres a la hora de escoger, como es su derecho, el tipo de escuela que quieren para sus hijos.
Sea la cuarta el sectarismo que se percibe en el tic secularista o ateo que se percibe en el anuncio de algunas reformas educativas. Cuando la actual ministra anunció la preparación de una nueva ley educativa concretó algunos pocos males a remediar y, curioso, entre esos “males” estaba el status de la clase de religión (era computable, y tenía asignatura espejo) ¿De verdad alguien cree que las deficiencias educativas tienen que ver con que la clase de religión tenga o no alternativa o compute? ¿No será más bien que la clase de religión sigue siendo para algunos una espina clavada que como sea hay que sacar o por lo menos hurgar?
Podemos seguir acompañando cada nuevo gobierno con una nueva ley de educación. Esa será la señal de que lo que menos importa es la educación en sí y lo que más, la imposición de las ideas propias a los demás.
No deberíamos seguir en esta dinámica. Algún día todos los que tienen en sus manos la cosa pública deberán sentarse para debatir sobre una común ley de educación y ese día nadie debería levantarse de la mesa sin arreglar el problema. ¡Que sea hoy!