La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará.
Llega el día de volver con bachillerato a nuestras clases de religión y, en este fin de semana víspera del reencuentro, aparece el Día para la prevención del suicidio.
Vaya tema para la primera entrada del blog este curso, Juan. Puede que tengas razón, pero los profesores de religión estamos, entre otras cosas, para escuchar y acompañar las preguntas que aparecen en algunos corazones que laten junto a nosotros. Estamos llamados a ser expertos en humanidad.
Me recuerda este día la actualización de una petición de Change.org realizada por Roman Reyes que firmé hace tiempo. Román es alguien que perdió a su madre por este motivo y vive con la certeza de que pudo ser evitable. Leo lo que nos cuenta y me quedo una vez más con la mirada perdida. Once personas cada día nos dejan por esta razón. Casi cuatro mil al año en España. Siento el peso de la responsabilidad de educar. ¿Cómo caminar con respeto y amor por este territorio sagrado? Una súplica: Que nunca nos pasen desapercibidas las cañas cascadas y las mechas vacilantes que hay en nuestras aulas y pasillos.
Repaso conscientemente los nombres y las caras de las personas que he conocido y asocio a esta alerta. Ya llevo décadas entre tizas y pantallas y aparecen nombres. Román me recuerda que cada una de esas muertes no son heridas puntuales. Son ríos de sufrimiento difíciles de secar. Y, lo más importante: pueden ser evitables.
La pandemia y el confinamiento levantaron la alfombra y dejaron a la vista las vergüenzas de un estilo de vida en el que vivir una vida con sentido es un lujo que no está al alcance de todo el mundo. La sociedad y los educadores lo hemos vivido en primera persona. Ahora tenemos la tentación de vivir como si no hubiera pasado pero la realidad es tozuda y en cualquier lugar y momento afloran nuestras enfermedades mentales, algunas de las cuales pueden tener raíces profundas en cómo vivimos y educamos.
En este curso en que arranca la LOMLOE, la jerga técnica de sus descriptores operativos parece reñida con la poesía, pero plantea al conjunto de la sociedad retos tales como “Identificar, valorar y expresar los elementos clave de la dignidad e identidad personal (…) para asumir la propia dignidad y aceptar la identidad personal, respetar la de los otros, y desarrollar con libertad un proyecto de vida con sentido”. ¿Hay algún área o materia que pueda coger este toro por los cuernos de una manera mejor y más duradera que la de religión? Nuestro currículo de Religión Católica expresa la necesidad de ”valorar la dimensión espiritual como fuente de sentido y aprendizajes vitales, a través del análisis de las experiencias personales, del conocimiento de las tradiciones espirituales, y del diálogo interdisciplinar con otras visiones de la vida y del mundo, para descubrir las oportunidades personales, sociales y culturales de la experiencia espiritual como propuesta de plenitud de la vida personal y comunitaria”.
Román habla del estigma del suicidio y de cómo afecta al entorno de la víctima. De nuevo me sorprendo de las posibilidades de hacer bien y hacer mal con el lenguaje religioso. Tirando de definiciones de diccionario, me encuentro con dos significados. Estigma: “marca o señal en el cuerpo, especialmente la impuesta con un hierro candente como signo de esclavitud o de infamia” y “marca o señal sobrenatural que aparece en el cuerpo de algunos santos y que es signo de su participación en la pasión de Jesús”. Siempre Jesús nos lleva por el camino de la paradoja y transforma la infamia en dignidad, la esclavitud en libertad.
Cuántas marcas que curar… Cuántas personas a las que poder ayudar a enseñar sus heridas y descubrirlas, ojalá, como signo de un nuevo nacimiento. Los profesores de religión y todos los educadores tenemos la responsabilidad de identificar cañas cascadas. Tenemos que ser humildes y dejar a otros profesionales que acompañen lo que no sabemos ni debemos. La administración tiene que dedicar recursos y escuchar este grito silencioso de esta sociedad que tiene el suicidio como primera causa de muerte no natural (más que los accidentes de tráfico o la violencia de género). Ya se presentó el Plan de Salud Mental y Covid 19. Durante la pandemia han aumentado un 250 % los intentos de suicidio entre los jóvenes entre 15 y 29 años. Y otro dato más, se suicidan tres veces más hombres que mujeres. Esta “brecha de género”, como las otras, nos tiene que preocupar. Si hablamos de un techo de cristal que hay que romper, quizá también tenemos que empezar a hablar de un suelo de cristal que tenemos que fortalecer para que pueda sostener a las personas en el momento de máxima fragilidad interior.
Las religiones y, entre ellas, la cristiana, tenemos una oportunidad de aportar humildemente narraciones de sentido que puedan inspirar a las vidas más frágiles. Manos a la obra.