Los crustáceos tienen en común que su cuerpo está recubierto por un caparazón que les protege y que se modifica a medida que el animal crece y se desarrolla. Este cambio del caparazón, esta muda, la realizan pasando por varias fases que, a lo largo de ellas, ocurren distintos cambios morfológicos y fisiológicos. Todo esto permite sustituir el antiguo caparazón por otro nuevo y de mayor tamaño.
En este proceso hay un momento especialmente delicado: cuando el animal se desprende el antiguo caparazón y se queda con el nuevo. Éste es más fino, permitiendo crecer al animal, pero le hace mucho más vulnerable hasta que consiga el caparazón definitivo de mayor tamaño y fortaleza.
Sirviéndonos de esta realidad del mundo animal, vamos a hacer una aplicación a nuestra vida. Los seres humanos estamos continuamente en un proceso de cambio, de crecimiento, de transformación, aunque hay unas edades más delicadas e importantes que otras. Todas son necesarias porque forman parte de nuestro proceso vital.
Los seres humanos estamos viviendo continuamente cambios fisiológicos y morfológicos, como le sucede a los crustáceos. En edades más jóvenes estos cambios son más evidentes. Solamente tenemos que pensar en los niños y adolescentes que parecen crecer por días. Todo este proceso adaptativo pertenece al ciclo de la vida.
Aun así, a cualquier edad estamos cambiando, creciendo, transformándonos externa e internamente. Los instantes más delicados en este proceso son cuando nos encontramos en pleno momento de cambio. Los cambios son inevitables y los fisiológicos imparables. Hay otros que dependen más del carácter y de los intereses personales. La evolución del ser humano tiene sus ritmos, más rápidos o lentos, pero implacables. Es inútil querer detener el avance de las agujas del reloj y, aunque pudieses retenerlas, su mecanismo interno continúa en su incesante movimiento.
Durante los cambios personales más importantes o trascendentes, se evidencia aún más la vulnerabilidad que nos caracteriza. Sucede lo mismo que con los crustáceos: al crecer por dentro, el antiguo “caparazón” (nuestra forma anterior de actuar, nuestros antiguos hábitos y rutinas) nos impiden expandir nuestro interior en crecimiento. Nuestro ser en expansión choca y queda aprisionado por esas estructuras anteriores que se han quedado pequeñas. En este proceso de cambio, en estos momentos de mayor vulnerabilidad, es donde tenemos que mostrar hacia nosotros mismos un mayor cuidado, delicadeza y comprensión. Hacia nosotros y hacia los que nos rodean porque generalmente, en estos procesos de cambio, también se siente afectado nuestro entorno más cercano. Un principio general para tener en cuenta: En los seres humanos, cuando se trata de transformaciones importantes, se impone la paciencia.
Evolucionar supone, en algún momento del proceso, cierta vulnerabilidad que puede llegar a ser dolorosa. En estos momentos es donde tendremos que poner en activo nuestra mayor fuerza, energía, vitalidad y voluntad.
Dice Christian Bobin. «Existe la dolencia de los principios. Existe la gracia de los finales. Entre ambas, el necesario crecimiento del espíritu, el extravío» En el proceso de crecimiento del espíritu es altamente probable que se tenga que pasar por el extravío, la vulnerabilidad y la dolencia para poder experimentar la “gracia” de los finales (sabiendo que éstos se convertirán, a su vez, en los inicios de un nuevo proceso de crecimiento).