La mirada de los niños es viva, aunque no siempre risueña. Muchas veces, limpia y triste, van de la mano. Una tristeza profunda que se anclará en su desarrollo y en su historia, como peso pesado que cargará para siempre. El matrimonio infantil, el embarazo precoz, el no acceso a la educación, la enfermedad, la malnutrición, la violencia, el trabajo, la explotación, el maltrato, la muerte, la discapacidad, la diversidad en todas sus formas, la pobreza, la falta de higiene, la prostitución, la ausencia de condiciones dignas para vivir, las armas empuñadas en guerras o con guerrillas, en suburbios, calles y callejones… y tantas y tantas otras formas en que los niños se convierten en objeto, en sujeto pasivo, en espectador o en actor de una tragicomedia irónica y despiadada. Infancias robadas que no se volverán a recuperar, futuros truncados porque no se permitió acceder a ellos, historias cíclicas que se repiten una y otra vez.
La niñez solo tiene un fin, o al menos un fin importante: disfrutarla, saborearla, dejar habitar a la inocencia, a la capacidad de asombro, a la sorpresa, a la exploración, al descubrimiento, al amor, a la caricia, al sentimiento absoluto de abandono porque hay un sentimiento absoluto de seguridad. Disfrutar de la niñez, no perderla, no acelerarla con vestimentas de adulto, no manipularla, no manosearla, no aprovecharse de ella.
Los niños dependen, desde que nacen, de sus adultos, de sus mayores. Amaran si han sido amados, agradecerán la vida si su vida ha sido deseada y agradecida, disfrutaran si han sido disfrutados, celebraran si se ha celebrado su vida, crecerán si se les proporcionan los medios y las condiciones adecuadas. Se convertirán en personas con mochilas cargadas de lo vivido, que no ha de ser excepcional, pero sí suficiente para sus ojos de niño.
Lo más protegido, lo más cuidado ha de ser la infancia, porque representa la esperanza a medio y largo plazo. Las infancias robadas han dejado a los niños sin futuro y sin futuro no hay sueños, no hay luchas, no hay superaciones, no hay crecimiento, no hay esperanza.
Porque las infancias robadas tienen que ver con las realidades mencionadas anteriormente, que nos suelen resultar dramáticas y también lejanas. Pero, aquí, en nuestros entornos “desarrollados y civilizados”, proteger a los niños también tiene que ver con el tiempo que pasamos con ellos, con las necesidades que tienen y con cómo las atendemos, con nuestra disponibilidad como adultos para con ellos, con los estilos educativos que fomentamos, con la promoción de un crecimiento seguro donde el niño se sienta querido, valorado, estimado, con el tiempo que les exponemos a dispositivos móviles o el tiempo que no les dedicamos por estos mismos, por si favorecemos la conciliación familiar para ESTAR con ellos o para tenerlos “ocupados” más tiempo.
La infancia es aquella, mancillada y explotada, por considerarla menos y es ésta, aparentemente cuidada y sobreprotegida, por considerarla más.
¿Quién les da voz?