Construyendo, desde la educación, la melodía del futuro
Por: Diego Cuevas Gámez
Relaciones Institucionales SM
¿Podemos extraer alguna lección de lo experimentado en nuestros centros en este tiempo de pandemia? ¿La escuela católica seguirá siendo la misma? ¿Nos está sirviendo lo vivido para repensar nuestra esencia? Acudo al cuento de El flautista de Hamelín para responder a esas cuestiones. Los hermanos Grimm nos recuerdan que los habitantes de Hamelín encontraron las calles invadidas por miles de ratones. Con la pandemia nos ha ocurrido algo parecido: de pronto, han entrado unos roedores que han hecho crecer a los que teníamos: crisis económica, baja natalidad, nueva legislación educativa, etc., y, en este contexto, aparecen un montón de animales con forma de virus que cambiarán nuestros esquemas.
¿Cómo ser significativos? Esta situación nos ha ayudado a poner en
el horizonte lo importante por encima de lo urgente
La escuela ha enseñado a la sociedad a ver esos ratones como una oportunidad de crecer, de ser más creativos, de buscar fórmulas alternativas. Desde las aulas, se ha lanzado un mensaje claro: los ratones son dificultades, aunque también oportunidades de mejora. Por otra parte, estos invasores han llevado a la escuela católica a hacerse con más fuerza una pregunta esencial: ¿cómo ser significativos? Esta situación nos ha ayudado a poner en el horizonte lo importante por encima de lo urgente. Ante el caos creado por los ratones, aparece el músico, el protagonista del cuento; al igual que el educador ha sido el gran protagonista en este escenario. Maestros y profesores han reinventado melodías impresionantes con notas que quedarán grabadas para siempre en la memoria. Melodías que han tenido como partitura: trabajar las relaciones, estar cerca aun en la distancia, gestionar las emociones, cuidar a las personas por encima de todo, cuidarnos para poder cuidar. Un flautista que se ha convencido de que el desarrollo de las competencias digitales es una materia obligatoria para todos y que la tecnología ha de estar al servicio de la educación. Durante este tiempo, no ha dejado de hacerse estas preguntas: ¿qué currículo? ¿Qué metodologías? ¿Qué evaluación? Y ha llegado a una conclusión: desde lo que somos, educamos para ser.
El papel del educador
Como en el cuento, quizá no todos hayan entendido bien el papel del flautista. Cegados por su avaricia, le contestaron: “¿Acaso crees que te pagaremos tanto oro por tocar la flauta?”. Esta pandemia nos ha enseñado que no valen las posturas egoístas y que el “siempre se ha hecho así” ya no tiene vigencia. Como dice el Papa, hemos de remar todos juntos tejiendo redes comunitarias y fraternas. Se necesitan comunidades de educadores más apasionadas que nunca, donde todos valoren los pequeños detalles y se apueste por un acompañamiento eficaz con el fin de llegar juntos a la misma meta. El cuento acaba de una manera feliz: los niños de la ciudad, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban felices tras los pasos del flautista. Un flautista feliz que genera felicidad en sus destinatarios. Esta frase final de la historia evoca una idea clave: el saber humaniza y arroja varias cuestiones cruciales: ¿qué perfil de persona queremos construir? ¿Para qué educamos? ¿Cómo conseguir una escuela inclusiva donde la atención a los más desfavorecidos, a los “invisibles”, sea algo esencial? ¿Qué estrategias implementar para que el alumno sea el centro de la acción educativa? Sigamos construyendo un mundo mejor desde la escuela, poniendo música feliz en la partitura de la vida.