Perspectiva psicológica y escolar de la guerra
Por: Rocío Fausor
Doctora en psicología
La guerra es una de las experiencias más terribles que puede vivir el ser humano. Una experiencia que conlleva destrucción en todos los sentidos posibles y que lleva consigo la pérdida de personas, de la realidad en la que se vivía y de todo lo que se construyó entorno a un lugar al que se llamaba hogar. Todo ello implica un profundo cambio en la vida de las personas que desgraciadamente se ven inmersos en esta terrible vivencia.
Entre esas personas afectadas, se encuentran los niños y adolescentes, a los que hay que prestar especial atención, ya que la infancia es un momento evolutivo importante. Durante los primeros años de vida, se adquieren habilidades y se comienza a comprender el mundo que nos rodea, es un momento de constante aprendizaje. En la niñez aprendemos a conocer a los demás, a generar lazos, amistades, a regular y gestionar emociones y a resolver conflictos; cuestiones que en la adolescencia se ponen de manifiesto en esa búsqueda de autodeterminación y de identidad personal tan característica de este período. Este desarrollo se lleva a cabo en un contexto de seguridad, control y protección que la guerra pone en jaque, ya que muestra que el mundo que se conocía ya no es un sitio seguro en el que vivir, hay personas que pueden y quieren herirnos intencionadamente. Por lo que, en función del grado de exposición a la guerra, es decir, si los niños han experimentado la guerra en primera persona o si por el contrario han oído hablar de ello o han visto imágenes impactantes en la televisión, pueden presentar una serie de reacciones relacionadas con ansiedad y tristeza, como, por ejemplo, sentirse agitados, tener dolores de tripa, tener pesadillas, mostrarse irritables o con problemas de comportamiento, sentirse culpables o estar más aislados. Estas reacciones responden directamente a desafíos a los que estos niños no se habían enfrentado nunca antes, por lo que, en un principio, son normales e, incluso, adaptativas. Sin embargo, si se prolongan en el tiempo, pueden llegar a interferir en su día a día, por ejemplo, en el colegio. Los menores pueden tener dificultades para seguir la explicación del profesor o para centrarse en los ejercicios que tienen que hacer, les puede costar más estudiar o podrían tener más conflictos con compañeros.
Permite crear momentos de puesta en común de sus percepciones
que posibilita a los alumnos sentirse identificados
Protegerlos desde el colegio
Desde el ámbito escolar, ser consciente de las reacciones emocionales o de las preocupaciones u opiniones que puedan surgir al respecto de la información que tienen los menores sobre lo que está pasando es importante. En primer lugar, porque ayuda a los docentes a entender el ritmo del aula y a adaptarse; en segundo lugar, porque permite dejar un espacio para la expresión y conocer sus vivencias y, con ello y en tercer lugar, porque permite poder promover aprendizajes transversales, los que tienen que ver con la regulación emocional y fomentar valores sociales adecuados para la convivencia. En este sentido, el contexto escolar es un ámbito clave, ya que permite crear momentos de puesta en común de sus percepciones que posibilita a los alumnos sentirse identificados, comprendidos y escuchados desde una actitud de respeto. Todas ellas iniciativas necesarias para que los niños puedan crear balance emocional y, con ello, podamos proteger a nuestros niños y adolescentes.