De la fragmentación, dada y adquirida
Para tomar nota de una de las raíces de los problemas a los que la educación tiene que hacer frente hoy
A estas alturas del magisterio del papa Francisco, somos conscientes de cuáles son sus líneas de fuerza. Una de ellas es, sin duda, la crítica contra la fragmentación: de la persona consigo misma, entre pueblos, la polarización ideológica y política, individualista, la de la ignorancia del pobre y necesitado, etc. Tristemente, la escuela no se libra de esta enfermedad, es más, me da la impresión de que se está agudizando. De entrada, la pedagogía murió como ámbito universitario y nacieron las “Ciencias de la Educación”, una invitación a parcializar la educación, dando lugar a especialistas ensimismados que pretenden dar razón de toda la complejidad del hecho educativo desde su particular nicho. Así, el especialista en didáctica da por supuesto que toda la escuela es didáctica y nada más que didáctica. Pero, en el ámbito más propio de la vida de la escuela, los ejemplos se multiplican empezando por la fragmentación de currículo asentada además sobre una estructura tan obsoleta como los departamentos (atentos a la palabra) que establecen un auténtico reino de taifas en el que nadie que no pertenezca a ellos tiene derecho a la entrada, porque, además, están defendidos por un jefe (atentos también a la palabra). De otro modo, en la organización escolar hay grupos de profesores que, con un jefe a la cabeza, tratan de sus asuntos propios desde la propia lógica de su saber concebido como el eje vertebrador de su actividad. Entre las anécdotas-joya que he acumulado en mis años de profesor de Filosofía, se encuentra la de aquel alumno que, sorprendido porque en clase de Filosofía se hablara de Lutero, se armó de valor y me preguntó si ese Lutero era el mismo que el de Religión. Siendo la fragmentación del currículo uno de los graves problemas del sistema a mi modo de ver, la cosa no acaba ahí. Hay otras no menos importantes: la fragmentación contenidos/sentido, profesor/educador, docente que sabe/discente que no sabe, presión social/identidad y carácter profético de la escuela, aprobar/aprender, familia/escuela, curricular/extracurricular, enseñar/iniciar, etc.
Tal como afirma Francisco, la raíz de todo pecado es la desvinculación. Es la enseñanza básica del mito del Génesis. No es que el paraíso precediera a la caída, sino que nuestra realidad humana es la situación tras la caída: desnudez, el otro como extraño, el afán por esconderse, la ruptura con la naturaleza; la desvinculación, en definitiva. Toda la intención del proceso manifestado en la historia de la salvación no es otra que la de restaurar por parte de Dios los vínculos perdidos. Hay, por tanto, una tendencia a la fragmentación que, podríamos decir, nos “viene de serie”. Es muy bonito contemplar la vida de Jesús como el gran urdidor de vínculos. El primero y más importante el de las personas consigo mismas. En los relatos del evangelio todas las personas que se encuentran con él se preguntan inevitablemente por su propio ser.
Pero junto con esta primera fragmentación, existe una segunda, y es aquella que nosotros añadimos quizá impulsados por la primera. Y aquí nos encontramos también con una larga lista en la que se reúnen toda clase de prejuicios, de barreras, de visiones parciales, de reducción de la complejidad básica y radical de la experiencia humana, de la ciencia y de la ética, de lo público y de lo privado, del que está y del que llega, del creyente y del no creyente, del que tuvo éxito y del que no, del que tuvo oportunidades y del que no. La experiencia de fe nos muestra que estamos unidos por lazos indisolubles. No hay futuro para mí si no hay futuro para todos, solo habrá futuro para mí si lo hay para todos. El educador cristiano debe asumir esta perspectiva. Eso significa, en primer lugar, huir de la ingenuidad antropológica: poseemos una tendencia natural a la fragmentación. Y, en segundo lugar, luchar denodadamente contra la fragmentación adquirida en la que estamos instalados como un universo natural. Sí, la fragmentación es mucho más cómoda porque evita la lucha por la verdad profunda de lo que somos y de lo que queremos ser. Es más cómodo el prejuicio.
Solo habrá futuro para mí si lo hay para todos. El educador cristiano debe asumirlo