Pablo cita a Dios por testigo y afirma que su manera de trabajar no está orientada hacia el beneficio propio, sino que sirve a los creyentes de forma totalmente gratuita: “Dios es testigo; ni buscamos gloria de las personas; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo” (1 Tes 2,6). Ante los corintios, Pablo se pone como ejemplo de celo apostólico que conlleva hacerse esclavo de todos, judío con los judíos y débil con los débiles, “me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto, por amor a la buena noticia, a fin de poder participar de sus bienes” (1 Cor 9,23).
Pablo fue un predicador pobre. Estaba convencido de que la credibilidad de un mensaje implica que se realice de modo gratuito y con generosidad sin esperar una compensación material o un reconocimiento social. Ello no quita que se preocupe de vivir de su trabajo para no depender económicamente de nadie: “Recuerden, hermanos, nuestro trabajo y nuestra fatiga cuando les predicamos la buena noticia de Dios, trabajábamos día y noche para no serles una carga (1 Tes 2,9). Imitó a Jesucristo que, “siendo rico, por ustedes se hizo pobre a fin de enriquecerlos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Los evangelios muestran cómo Jesús llevó una vida pobre y sencilla al estilo de los profetas antiguos, lo que le permitió anunciar la buena noticia con total libertad. Cuando invita a sus discípulos a predicar el reino de Dios, les pide que vayan con espíritu de pobreza: “No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino” (Lc 10,4). Este espíritu apostólico pobre es la garantía de credibilidad del mensaje predicado.
José de Calasanz, el apóstol de la educación popular, escribe que “el maestro que no tiene espíritu para enseñar a los pobres, no tiene la vocación de nuestro instituto”. La virtud de la pobreza se manifiesta en gestos de paciencia y humildad, en el trato cordial y en la generosidad. El maestro no puede ser un asalariado al que no le importan las ovejas, sino que ofrece sus cualidades personales y su tiempo, e incluso sus bienes los pone a disposición. Con grandes pretensiones y exigencias particulares, con un excesivo apego a los bienes y comodidades mundanas, sería imposible esta misión.
Pobreza apostólica
La pobreza apostólica del maestro consiste en mantenerse libre de cualquier atadura material y afectiva, tener un pensamiento crítico e independiente, estar disponible siempre para el servicio, usar creativamente los recursos didácticos, aunque sean escasos. Realiza su trabajo en lo oculto y no busca honores, es agradecido y acepta con sencillez el consejo de sus compañeros. El maestro con un espíritu de pobre tiene una especial sensibilidad por los alumnos más necesitados y busca las mejores estrategias para sacarlos de su situación de pobreza. Como el buen pastor, cuida, protege y alimenta a sus alumnos; está pendiente de los últimos de la clase (los carga sobre sus hombros). Junto con otros compañeros construye un proyecto educativo inclusivo, abierto a la comunidad y participativo. Pero hay muchos maestros que no se sienten comprometidos con los alumnos más pobres. La mentalidad tecnocrática e individualista actual ha descuidado los aspectos vocacionales de entrega desinteresada y de compromiso con la comunidad. Lamentablemente, hay más “instructores” que verdaderos maestros, más asalariados que pastores.
La misión del maestro implica un compromiso social y ético que necesita de cambios tanto de carácter personal como comunitario. El contrato legal necesario destinado a proteger los derechos laborales no es suficiente hoy; es necesario avanzar hacia un nuevo modelo de relación que incorpore elementos éticos y morales y que denominamos “contrato moral”, que supondría establecer unos vínculos de responsabilidad consistentes en relación con la sociedad, con los alumnos, las familias y con el entorno social. Hoy más que nunca, los niños necesitan maestros que tengan un espíritu de pobres y que estén dispuestos a dar la vida como Jesús, por la “oveja perdida”.
Es necesario avanzar hacia un nuevo modelo de relación que incorpore elementos éticos y morales