¡Ensancha el espacio!
En el caminar cotidiano, es difícil descubrir el horizonte hacia donde nos dirigimos. Me parece necesario valorar el rumbo que como Iglesia se nos propone a partir del pacto educativo y el sínodo sobre la sinodalidad.
Venimos hablando desde hace casi tres años acerca de la necesidad de construir la aldea de la educación, según se nos señala en el pacto educativo global convocado por el papa Francisco. Pero como suele sucedernos, más allá de poder acordar con esta idea, la dificultad aparece a la hora de responder a la pregunta acerca de cómo podemos hacerlo. Es aquí donde el camino marcado por el sínodo de la sinodalidad al que ha sido convocado todo el pueblo de Dios puede ayudarnos a pensar el modo para que se logre crear esta red que asuma los compromisos del pacto educativo global. El número segundo del documento preparatorio se formulaba la siguiente pregunta: “¿Cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal), ese «caminar juntos» que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?”.
Esta misma pregunta podríamos hacernos como comunidades educativas católicas: “¿De qué modo podemos realizar hoy ese «caminar juntos» que nos permite como centros educativos anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que nos fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?”. Interrogarnos sobre este tema, como se puede percibir en lo que se fue recogiendo en los aportes que las iglesias locales y tantos hombres y mujeres a la lo largo de todo el mundo han realizado en el proceso sinodal, permite notar en primer lugar cuáles son los obstáculos que nos impiden caminar juntos. Si realmente queremos asumir el compromiso del pacto educativo global de “unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna”, deberemos animarnos con humildad y sinceridad a reconocer qué es lo que está dificultando formar esta red que nos posibilite caminar juntos.
El espacio de tu tienda
Sin duda, esta conciencia acerca de los impedimentos para formar esta red es el primer paso que tenemos que dar, pero que se puede convertir en algo estéril si no nos mueve a una actitud diferente. Del mismo modo, en el camino sinodal se nos propone una actitud, a partir de una imagen bíblica tomada del libro del profeta Isaías, para pasar del reconocimiento de lo que nos separa a un nuevo modo de proceder: “Ensancha el espacio de tu tienda, extiende los toldos de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas” (Is 54,2).
Este icono bíblico, que da nombre al Documento de trabajo para la etapa continental del sínodo sobre la sinodalidad, está aplicado a un deseo que se hace explícito en los aportes recogidos sobre cómo imaginar la Iglesia de este tiempo que “está llamada a expandirse, pero también a moverse. En su centro está el tabernáculo, es decir, la presencia del Señor. La firmeza de la tienda está garantizada por la solidez de sus estacas, es decir, los cimientos de la fe que no cambian, pero sí pueden ser trasladados y plantados en un terreno siempre nuevo, para que la tienda pueda acompañar al pueblo en su caminar por la historia. Por último, para no hundirse, la estructura de la tienda debe mantener el equilibrio entre las diferentes presiones y tensiones a las que está sometida. Esta metáfora expresa la necesidad del discernimiento. Así es como muchas síntesis imaginan a la Iglesia: una morada espaciosa, pero no homogénea, capaz de cobijar a todos, pero abierta, que deja entrar y salir (cf. Jn 10,9)” (27).
¿Por qué no animarnos a soñar una educación católica que pueda expandirse, abrirse a otros, hacer redes, acoger la diferencia y enriquecerse con el diálogo sincero? ¿Por qué no dar los pasos necesarios para que la escuela también pueda moverse hacia otras realidades desde la firmeza de su identidad y misión? Asumir estos desafíos no pueden ayudar a levantar la mirada para caminar juntos hacia ese horizonte que nos convoca.
¿Por qué no animarnos a soñar una educación católica
que pueda expandirse, abrirse a otros?