El valor de la diversidad
Europa es tierra en la que se condensa y se armoniza la múltiple variedad de los rostros de la humanidad. Pero, a pesar de la “unión”, estas diversidades nunca deben ser barreras a abatir sino riquezas a cultivar.
¿Habéis contado cuántos tipos de fronteras dividen Europa? No pienso solamente en los límites territoriales entre Estados (que el acuerdo de Schengen ha abatido con la libre circulación de bienes y de personas). Existen muchas otras fronteras, y más temibles. Tratemos de hacer una lista resumida:
- Fronteras lingüísticas. Junto con las cuatro lenguas mayores, existen no menos de una veintena de minoritarias (generalmente, más antiguas). A veces (véanse Bélgica y España), el bilingüismo crea divisiones entre conciudadanos de la misma nación.
- Fronteras culturales. Junto con el área meridional de la cultura latino-mediterránea, el central-septentrional anglosajona y el oriental bizantina, coexisten innumerables y vivaces subculturas regionales que, a menudo, resisten a políticas anexionistas del Estado central.
- Fronteras económicas. Junto con la predominante área del euro, sobreviven monedas nacionales, pero, también, dentro de la eurozona, un griego o un rumano no gozan del mismo poder adquisitivo que un alemán u holandés.
- Fronteras sociales. Las estructuras básicas de la vida civil varían de un Estado a otro: trátese de la asistencia sanitaria o del derecho al estudio, de las políticas de familia y del trabajo o de las fiscales y salariales.
- Fronteras psicológicas e ideológicas. ¿Quién ignora los históricos prejuicios entre habitantes del sur o del norte? ¿Quién ignora la incompatibilidad recíproca entre sedentarios y nómadas, entre autóctonos e inmigrantes, entre profesiones manuales e intelectuales?
- Fronteras religiosas. No solamente entre grandes confesiones cristianas, sino entre creyentes y no creyentes, entre mundo cristiano y musulmán, entre nuevos movimientos religiosos y “espiritualidades”, sin mencionar el incremento de actitudes antisemitas, antislámicas, anticristianas, etc.
Riquezas a cultivar
¿Podemos llamar “Unión Europea” a una tierra que presenta semejante letanía de fronteras? Se estaría tentado de decir que el término “unión” sigue siendo todavía un bonito eufemismo, adecuado, quizá, para satisfacer el sueño romántico de ciertas almas bellas. Pero no es así, a pesar de las apariencias. No olvidemos algunos hechos reales, con su innegable peso positivo: el proceso de unificación desde los primeros seis países fundadores hasta los veintiocho de la extensión máxima; la memorable caída del Muro de Berlín; el tratado de Maastricht; la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea; la adopción de la moneda única.
Pero la cuestión fundamental es otra: el tema de las fronteras citadas no puede hacernos olvidar que, paradójicamente, la diversidad misma es un valor. Europa es, entre todos los continentes, la tierra en la que se condensa y se armoniza la múltiple variedad de los rostros de la humanidad. Historia y cultura, etnias y migraciones, artes y derecho, lenguas y religiones hacen de Europa el continente de la diversidad, del pluralismo, de las originalidades irreductibles. Y esta es la “delantera” que lleva Europa, donde el predominio de una cómoda lengua vehicular no implica en absoluto la supresión de los insustituibles idiomas locales (ilustrados, entre otros, por inmortales obras maestras de la literatura). Así, por ejemplo, el modelo de la laicidad a la francesa no es en modo alguno exportable a otros países, que pueden, por su parte, adoptar otros modelos de laicidad, más coherentes con su historia civil y religiosa.
Las diversidades culturales no son barreras a abatir sino riquezas a cultivar. Un ejemplo histórico de ello son las fecundas “contaminaciones” étnicas provocadas por las migraciones. Al contrario de la uniformidad, un pluralismo bien gestionado puede proteger los derechos de las minorías y contener las pretensiones de los tiranos centralizadores. Del mismo modo que en la naturaleza es indispensable la biodiversidad, la diversidad cultural, étnica o religiosa es vital para el desarrollo de sociedades complejas que quieran crecer libres y democráticas. La escuela, situada en primera línea, debe luchar por una sana cultura de la diferencia, incluida la religiosa.
Mas voces como ésta deberían alzarse en esta Europa tan niña y tan vieja a la vez. Si algo nos enseña el camino de Cristo es que en nuestra búsqueda de la autenticidad y la Verdad nos hallamos de bruces con la de los otros. Lo que nos abre a un mundo nuevo de respeto y tolerancia por la libertad del otro. Es en este encontrarnos con Cristo donde se hace realidad el hallazgo de nuestro ser y el de los demás, donde verdaderamente podremos compartir nuestra vida en plenitud, donde el ser humano aprende a ser realmente un ser social. Gracias por tus palabras Flavio, por tus reflexiones. Son una inspiración para muchas personas.