Cursos universitarios
Son un cauce sistemático de formación académica, que permite profundizar en el análisis del mensaje cristiano, incorporar la teología al ámbito universitario y promover el encuentro entre la cultura y la fe.
Todos los que me conocen saben que no es santo de mi devoción. Pero se puede rezar a esos santos o, al menos, valorar y agradecer su memoria. Me refiero a una de las iniciativas impulsadas por el (llamemos) “primer Osoro”. Desde mediados de los ochenta, funciona con regularidad, eficacia y eficiencia el Curso de Teología de la Universidad de Cantabria, que va por su trigésima octava edición. El actual obispo de la diócesis de Santander, Manuel Monge, conocido por su inquietud intelectual, desarrollada desde sus estudios en Roma y manifiesta en sus periódicas columnas en El Diario Montañés, agradeció a los jesuitas la gestión de esta realidad académica.
El Curso de Teología pretende lo que se dice en la entradilla de esta columna. Y lo consigue parcialmente. Uno se pregunta cómo es posible que no asista un 0,3 % de los casi ciento cincuenta mil santanderinos mayores de dieciocho años. Es decir, cuatrocientas cincuenta personas de entre las asistentes a misa los domingos, integrantes de grupos y voluntariados, movimientos cristianos, profesores (incluidos religiosas y religiosos) y alumnos de centros confesionales, profesores de Religión, etc. Por no referirnos a los que podrían desplazarse desde la periferia, o asistir por mero interés “científico” desde la distancia o la increencia. Todo remite a un enorme despilfarro de esfuerzos. Se limita a unos pocos la formación teológica y humanística y la profundización rigurosa en el conocimiento y análisis del mensaje cristiano que ofrecen los cursos. Tampoco se produce el encuentro de los universitarios y de los ciudadanos de Cantabria interesados por el mensaje cristiano, que es otro de los objetivos. Puede considerarse un resto, que no un residuo, puesto que es una iniciativa de nueva planta; algo creativo desde la salida de la Teología de la universidad a mediados del siglo XIX, ¡respuesta a algo decimonónico por tanto! Ciertamente, los cursos, accesible su contenido por internet, promueven el encuentro entre la cultura y la fe.
Pero sí, hay que ser críticos con nosotros mismos y con la falta de liderazgo y cohesión de los cristianos en promover el encuentro entre la cultura y la fe. No vale conformarse con las reticencias intraeclesiásticas, ni con el desparpajo extraeclesial. No podemos privarnos, ni privar a nadie, de conocer “maestros espirituales del siglo xx”, como Pierre Teilhard de Chardin (ciencia y fe en diálogo), Carlos de Foucauld (una conversión al diálogo), Thomas Merton (“Tu corazón, mi ermita; mi desierto, la compasión”), Paul Ricoeur (perdón y esperanza, teología desde la filosofía) o Etty Hillesum (referente para nuestro tiempo), todo este trimestre.
Pura relación ciencia y fe
También permiten estos cursos conocer un profesorado universitario, “publico” y “privado”, mitad mujeres y mitad varones, de alto nivel teológico. Conocer a Juan Valentín Fernández de la Gala, profesor de Historia de la Medicina y de la Ciencia en la Universidad de Cádiz, el primer ponente, que nos ha puesto en contacto no solo con la espiritualidad de Teilhard, sino con un cristiano cabal, con sus colaboraciones en El Ciervo y Vida Nueva, con la asociación de amigos del paleontólogo y con mucho más. Porque no queda ahí el factor de comunión con la historia que posibilitó su intervención.
Nos llevó a conocer que la tercera asociación de amigos de Teilhard se gesta en Santander y en fechas tan tempranas como mediados de los sesenta de la mano del padre Bustamante. Nos hizo saber de un “Teilhard gallego”. Hace dos años, con ocasión de su muerte, El Faro de Vigo denominaba así a Emiliano Aguirre. Y nos recordó el papel de eminentes eclesiásticos prehistoriadores relacionados con la cuna del arte prehistórico (el Monte Castillo), donde excavó Teilhard en 1913, como Hugo Obermaier o el abate Breuil y el padre Carballo o Joaquín González Echegaray. Pura relación ciencia y fe.
No podemos privarnos, ni privar a nadie, de conocer «maestros espirituales del siglo XX»