Fomentar la indagación
La comunidad educativa debe tener como objetivo fomentar la indagación, expresión de la curiosidad humana. Cuando uno indaga, se pregunta el porqué de la realidad, la razón de ser de lo que pasa.
El sosiego es la condición de posibilidad de la admiración, y la admiración la fuerza motriz de la indagación. Cuando uno se admira de cómo son las cosas, de la realidad que lo envuelve, se está ya interrogando por ella, aunque sea de un modo implícito. La indagación se alimenta de este preguntar primario, espontáneo, asociado a todo acto de asombro, pero se articula metódicamente y requiere de una labor prolongada a lo largo del tiempo.
Indagar es consecuencia de contemplar. Cuando uno completa la realidad, se formula preguntas: ¿por qué hay lo que hay pudiendo no haber nada? ¿Por qué existo yo pudiendo no existir? ¿Por qué existe algo que llamamos mundo? También en el terreno de la razón práctica se multiplican las preguntas. ¿Qué es la bondad? ¿Qué es la maldad? ¿Qué debo hacer? Al filósofo no solo le interesa saber qué es la bondad y qué es la maldad, sino qué trasciende tales interrogantes y se pregunta por qué debemos ser buenos.
La indagación es una tarea humana que arraiga en la condición práctica del ser humano. En su ser, una inteligencia deseosa o, mejor aún, un deseo inteligente se abre paso y traza un camino. El asombro es el punto de partida del ser humano que se traduce en forma de porqués que fluyen sin cesar, de tal modo que el deseo de saber no se aquieta hasta hallar la respuesta al último porqué.
No es el deseo de verdades, sino el deseo de verdad sin más lo que permite definir al ser humano como indagador. Por nuestros orígenes orgánicos, podríamos pertenecer al mundo de los seres cerrados en torno a sí mismos. Sin embargo, la nuestra es una estructura abierta, excéntrica, por sí misma reveladora de que la plenitud humana no puede ser jamás únicamente una plenitud biológica. Este indagar es trascender en el sentido más genuino del término, elevarse hacia lo desconocido para atisbar algo de lo que está más allá de los límites de la razón humana.
El asombro despierta la pregunta, el deseo de saber, la necesidad de explicar el fenómeno. Dice Wilhelm Dilthey, filósofo, historiador, sociólogo, psicólogo y hermeneuta alemán: “El espíritu humano trabaja sin descanso buscando soluciones. Para ello se ve iniciado por la diversidad de aspectos de la vida, que se le impone desde un principio, y que se revela precisamente como enigma, como algo supinamente contradictorio. Lo más terrible y, a la vez, lo más fecundo de este enigma es que el vivo contempla a la muerte sin poderla comprender, que la muerte sigue siendo para la vida algo inaprehensible y espantosamente extraño” (Teoría de la concepción del mundo, Fondo de Cultura Económica, Madrid 1977, 84).
La búsqueda por la que definimos al ser humano
no tiene por objeto final una creencia
Una obra de arte abierta
Sin embargo, “el enigma [concluye Wilhelm Dilthey] no hace sino desplazarse, sin que jamás sea descifrado” (Teoría de la concepción del mundo, Fondo de Cultura Económica, Madrid 1977, 84). Esto no significa que preguntar sea estéril y vacuo. No contiene respuestas definitivas, el enigma subsiste como tal, pero, a lo largo de la esforzada andadura racional, uno es capaz de desactivar ciertas respuestas, por inconsistentes, míticas o fantásticas. La actividad indagadora permite, cuanto menos, descartar algunas respuestas, lo que no es una tarea insignificante.
Es preciso subrayar que la búsqueda por la que definimos al ser humano no tiene por objeto final una creencia, sino una visión. Es el deseo de ver la verdad lo que moviliza la indagación. La indagación es un campo abierto, una obra de arte sin terminar, in fieri, como dirían los latinos. El gerundio es la forma verbal que más se ajusta a tal actividad. Siempre se está haciendo en un diálogo abierto con los presentes y con los grandes pensadores del pasado, en un proceso que no conoce final. Este estar haciéndose es el principal antídoto al dogmatismo.