Sebastiana, mujer fuerte
El libro bíblico Proverbios, en su capítulo final, exclama como canto de alabanza: “Una mujer fuerte, ¿quién la hallará?”. Yo la he hallado en un pueblecito de Burgos. Siguiendo los pasos de uno de sus hijos, me he topado con una mujer analfabeta cuya sabiduría gestó y dio a luz a un gran pedagogo. Cuenta este hijo que a su madre, huérfana de padre siendo aún niña, le dieron padrastro y niños a cuidar, por eso no la admitían en la escuela. No pudo aprender letras, solo la doctrina cristiana que oía desde fuera, el motor que acabaría convirtiendo a su hijo en célebre fundador de escuelas. Sebastiana se casó joven, enviudó pronto con cinco hijos que sacar adelante con el duro trabajo de hoz, arado y azada. Ya colocados, ella siguió trabajando. No temía a nada ni a nadie, solo a Dios; por eso “merece alabanza”. Armada tan solo por una fe y esperanza vivas, asiste a los apestados cuando son abandonados; muertos, los lleva al cementerio si nadie se atreve. Ya en cama, arde en deseos de ver a Dios; da sus ropas a los pobres, y pide sea enterrada en el suelo, sin caja. Tiene gracia, dos mujeres del xix, analfabeta una, la otra, salida del hospicio, pequeña y vulgar, se convierten en fuerza motriz de renovación pedagógica. Ironías del Maestro, que sigue en su obra con servidoras humildes. Ser profesor de Religión supone vivir siempre la tensión Alfa-Omega, así es él. Poco importa que se pierda el capítulo 31 de Proverbios mientras haya una Sebastiana que enseñe al hijo, catedrático de Derecho, a no olvidar el espíritu de las leyes: “Pronunciar sentencias justas, ser voz de quien no tiene voz, defender al desvalido, al pobre desprotegido”. En su muerte, se levantó su hijo y la llamó dichosa: “Descanse en paz la buena madre de este mal hijo; goce de Dios aquella a quien tantas veces hice llorar, y que me engendró dos veces, una para el mundo y otra para Cristo” (Andrés Manjón).