Cuando cerrábamos este número, cerca de las vacaciones de Semana Santa, nos llega la noticia de que el Ministerio comienza a difundir entre las comunidades autónomas y otros agentes educativos su propuesta de estructura curricular de las enseñanzas mínimas. Se va cumpliendo el calendario previsto y, poco a poco, iremos conociendo el alcance de la reforma curricular que trae consigo la Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación (LOMLOE). Desde la revista, iremos dando cuenta de las novedades y proponiendo, para la formación del profesorado, artículos que nos ayuden a hacernos cargo de las consecuencias pedagógicas y didácticas de la nueva ley.
Esta novedad llega pocos días después de la última sesión de los foros de currículo organizados por la Conferencia Episcopal Española. Como se informó en la sesión de cierre, a mediados de abril conoceremos las aportaciones realizadas por el profesorado. Los datos divulgados en la sesión de clausura de visualización y seguimiento de las cuatro sesiones vienen a subrayar el acierto de la iniciativa y la especial implicación del profesorado de Religión cuando se le convoca, se le escucha y se le reconoce como principal agente curricular de la enseñanza religiosa escolar (ERE). También desde la revista estaremos atentos a ese dictamen y procuraremos profundizar en las líneas de trabajo sugeridas.
Este avance curricular del Ministerio y el marco que ha recibido la ERE en las sesiones de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura vienen a significar para los profesores de Religión una oportunidad única para impulsar una educación transformadora y personalizada. No educamos para que nuestros alumnos produzcan respuestas estandarizadas, uniformes y homogéneas, sino para que, desde la conciencia de que cada alumno es único, diseñemos itinerarios de aprendizaje que acojan sus fortalezas, modelen sus dificultades y los acompañen en sus aspiraciones.