Cerramos un curso escolar tan atípico como intenso. Lo comenzamos con la incertidumbre por la evolución de la pandemia en las aulas y lo clausuramos con mucho cansancio acumulado y con todas las incógnitas abiertas sobre el próximo curso escolar. Se anuncian cambios en el Ministerio, acabamos de conocer el cese de Alejandro Tiana, y seguimos sin ver publicado en el Boletín oficial del Estado el currículo de Religión. A cuentagotas, desde las comunidades autónomas, vamos completando el mapa de la carga lectiva que se propone para la asignatura de Religión y las propuestas de regulación de las medidas de atención educativa para quienes no elijan la ERE. ¡A ver cómo se digiere en los centros escolares esta catarata legislativa con consecuencias legislativas y curriculares! En algún momento nos tocará sentarnos para hacer balance de todo lo vivido. Ciertamente, hay una primera lectura que pone el foco en las Administraciones educativas, Ministerio o consejerías de las diferentes comunidades autónomas: siguen percibiendo las enseñanzas de la religión como parte de un “problema” político, en su versión de reduccionismo partidista o electoralista, y no son capaces de ver más allá; no alcanzan a intuir la importancia y el valor educativo y escolar, personal y social, que hay detrás de la ERE.
Como contrapartida esperanzadora, el proceso vivido, tal como se ha planteado por parte de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura, buscando el diálogo con los responsables políticos y la participación de todos los actores implicados en la ERE, ha servido para reanimar y visibilizar, ad intra y ad extra, las contribuciones educativas de nuestra materia. Ahora, la pelota vuelve al tejado de cada profesor y a su tarea en el aula. Nos toca, como profesionales de la educación, formarnos, hacer bien nuestro trabajo y programar el currículo pensando, de verdad, en cada alumno.
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Director de Religión y escuela